Los revolucionarios, después de un azaroso desembarco, estaban agotados y caminaban con el objetivo de internarse en la Sierra. Hasta ese momento, las tropas del ejército batistiano no los habían localizado, pese a la numerosa cantidad de hombres y medios, incluyendo la aviación que reconocía y bombardeaba la zona de operaciones.
Aludiendo a ese combate, suele hablarse casi siempre de la sorpresa de Alegría de Pío. Pero, en realidad, el ejército de la tiranía pudo contactar con la fuerza rebelde gracias a la delación de un individuo del lugar que horas antes había servido de práctico a los expedicionarios y conocía su ubicación y rumbo trazado. Ese hecho fue señalado posteriormente por el Che como un costoso error, al dejar en libertad a un práctico, al cual no se conocía, estando aún en el área de peligro. El traidor, nombrado Laureano Noa Yang, pagó su falta, al ser ajusticiado por el Ejército Rebelde en el año 1957.
Así, a las 4:45 de la tarde de ese día, el fuego enemigo sorprendió a los rebeldes y descargó sobre ellos un intenso ataque. La sorpresa se convirtió en derrota, pues los revolucionarios no tuvieron otra alternativa que la dispersión en pequeños grupos, en un lugar totalmente desconocido, ferozmente perseguidos y en la mayoría en unas condiciones físicas muy adversas.
Sin embargo, en Alegría de Pío sólo cayeron tres combatientes rebeldes. Ellos fueron Israel Cabrera Rodríguez, Humberto Lamothe Coronado y Oscar Rodríguez Delgado. Otros, incluyendo al Che, fueron heridos, pero lograron evadir el cerco, la persecución y salvar la vida.
Los días posteriores a la odisea de Alegría de Pío fueron dramáticos para los revolucionarios. El día 7 de diciembre, fueron asesinados en el lugar conocido como Pozo Empalado, luego de ser tomados prisioneros, los expedicionarios René Bedia Morales y Eduardo Reyes Canto, mientras que ese mismo día, en Boca del Toro, corrieron igual suerte Miguel Cabañas Perojo, Noelio Capote Figueroa, Cándido González Morales, Antonio López Fernández, René O. Reiné García, Tomás David Royo Valdés, José R. Smith Comas y Raúl Suárez Martínez. De los crímenes de ese día fue víctima también Miguel Saavedra Pérez, en el propio Alegría de Pío.
Al día siguiente, 8 de diciembre, engrosarían la lista de expedicionarios hechos prisioneros y asesinados, en la localidad de Macagual: José R. Martínez Álvarez y Armando Mestre Martínez. Ese mismo día, serían víctimas del crimen Félix Elmuza Agaisse, Santiago Liberato Hirzel González y Andrés Luján Vázquez. También su compañero Luis Arcos Bergnes.
El último expedicionario asesinado en los días posteriores al desembarco fue Juan Manuel Márquez Rodríguez, segundo al mando del Granma, quien había quedado solo, siendo apresado y masacrado en el lugar conocido como La Norma, en las cercanías del poblado de San Ramón.
La tiranía batistiana había aplicado contra los revolucionarios los mismos métodos asesinos que cuando los hechos del 26 de julio de 1953, a raíz del asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. En aquella ocasión, de los 61 caídos, 55 fueron asesinados después de hechos prisioneros; ahora, 18 de los 21 muertos eran víctimas de ese cobarde proceder.
Los métodos de persecución fueron brutales, incluyendo la oferta de pago a quienes se prestaran a la traición. Una nota volante de esos días, conservada, así lo demuestra:
A todo el que pueda interesar
Por este medio se hace saber que toda persona que facilite una información que conduzca al éxito de una operación contra cualquier núcleo rebelde comandado por Fidel Castro, Raúl Castro, Crescencio Pérez, Guillermo González o cualquier otro cabecilla será gratificado de acuerdo con la importancia de la información, bien entendido que nunca será menor de $5, 000.
Esta gratificación oscilará de $5,000 hasta $100,000 correspondiendo esta última cantidad o sea $100,000 por la Cabeza de Fidel Castro.
Nota: el nombre del informante no será nunca revelado.
Pretendieron comprar con dinero lo que no fueron capaces de conseguir en el campo de combate. Esa nota, prueba la naturaleza cobarde y asesina del régimen batistiano. Es evidente que cuando menciona a Guillermo González, se está refiriendo a Guillermo García Frías, primer campesino que se unió a los rebeldes, alcanzó durante la guerra los grados de Comandante y es hoy el prestigioso Comandante de la Revolución que continúa la lucha junto a nuestro pueblo.
Durante esos aciagos días, 18 expedicionarios lograrían reagruparse para continuar la lucha en la Sierra Maestra, 21 evadieron el cerco y escaparon a la persecución y la muerte, mientras que 22, presos luego de que cesaran las matanzas, fueron enviados a prisión.
La solidaridad, en esos momentos adversos, puedo más que la fuerza del crimen. Los grupos organizados por el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, con Frank País García y Celia Sánchez Manduley como figuras cimeras en la clandestinidad y Crescencio Pérez y Guillermo García en la zona de operaciones, lograron rescatar, salvar y unir al grupo de revolucionarios que proseguiría luego la lucha. Ahí estarían Fidel, Raúl, Almeida, el Che, Camilo, Ramiro y otros valiosos combatientes.
Así, cuando el 18 de diciembre de 1956, en Cinco Palmas, Purial de Vicana, volvieron a reunirse Fidel y Raúl, contando entonces con ocho hombres y siete armas, el jefe de la Revolución pronunció las proféticas palabras de que ¡Ahora sí ganamos la guerra! Comenzarían, desde entonces, a cimentarse los futuros triunfos que uno tras otro concluirían con la victoria revolucionaria del 1ro. de enero de 1959.
Fue allí, en Alegría de Pío, ante la petición de rendición a los expedicionarios, donde surgió un grito de guerra enarbolado hoy por el pueblo cubano ante sus enemigos: ¡Aquí no se rinde nadie c…...! En una entrevista realizada al autor de ese grito, al final le pregunté:
-¡Aquí no se rinde nadie...! ¿Le gustaría que la presente y las futuras generaciones conocieran ese grito de guerra suyo hasta donde los puntos suspensivos se confabulan para troncharlo… o hasta donde usted lo dijo?
Y su respuesta fue tan corta como modesta:
-Si llegan a pensar en ese grito, que cada cual se lo imagine como lo quise expresar.
En los grandes momentos de peligro, ante las amenazas y agresiones, el pueblo cubano ha reiterado ese inmortal grito de guerra. Y lo ha hecho, por convicción propia, sin los puntos suspensivos.