Especiales
Tuve el privilegio de presenciar un acto de infinito amor, de esos que hablan de desinterés, de bondad, en tiempos en los que muchos creen que todo tiene un precio.
Cuentan que el último día de aquel noviembre amaneció diferente en Santiago. Pocos conocían lo que con tanto celo se gestaba desde tiempo atrás. Sin embargo, “era como si la ciudad entera esperara la orden de alzamiento”.
Esta mujer, de la que solo contaré su historia porque el nombre puede ser el de cualquiera, la conozco hace mucho tiempo y sé de su valentía y de cómo lucha por salir adelante.
Al amanecer del viernes 30 de noviembre de 1956, Santiago de Cuba, fiel a su estirpe heroica, entró de a lleno y sin regresos en la avanzada de la libertad.
Cuando mi hijo decidió ser ciclista, después de haberse motivado por otros deportes, pero sin definición por ninguno, una incertidumbre me rondó. ¡Ciclista!, si ni bicicleta tenía, y mucho menos conocimiento y práctica.
Respondo al teléfono. "Necesitamos un trabajo en homenaje al Comandante para el lunes", es la jefa de redacción del periódico. De este periódico que ahora lee. "Lo tendrá a tiempo", le aseguro. Luego pienso.
«Fidel en nosotros» no es simplemente una consigna que se repite sin profundizar en su significado. Para que este ideal se haga realidad, cada revolucionario, cada patriota, debe interiorizarlo y asegurarse de que, frente a circunstancias adversas y aparentemente insolubles, en lugar de culpar a otros, debería abrazar el concepto de «yo soy Fidel».
Cada vez que llegan estas fechas, nace en mí un sentimiento de melancolía, o más que eso, de tristeza. Una sensación de impotencia y enojo que solo provocan la partida repentina de alguien preciado, hace ocho años atrás.
A ocho años de su partida física sigue convocando al mundo desde aquel monolito con forma de grano de maíz en Santa Ifigenia.
Alexei Yero Guevara vino al mundo hace 43 años en plena Sierra Maestra; creció tomando los “buchitos de café” -como se le dice al trago en las zonas rurales de la Mayor de las Antillas-, que preparaba su abuela tras tostar los granos en un caldero, molerlos en un pilón y extraer la bebida en un rústico colador.