No es secreto que los niños son especialmente protegidos por el sistema de salud cubano, los glúteos y brazos nuestros son testigos subcutáneos e intramusculares de esa esmerada atención, sin embargo, durante el curso escolar los pequeñines salen lejos de casa y se adaptan a la independencia y autonomía que en ocasiones excede la que pueden tener.
Y es justamente en esa situación que la sociedad debe funcionar como el sistema que es, cubrir las posibles brechas que puedan llevar a algún niño a enfermar o a convertirse, inocentemente, en parte de alguna cadena de transmisión en la escuela o la comunidad.
El referido sistema, que puede reducirse para mejor comprensión a sus partes más visibles (Familias-Escuela-Comunidad), pasa a ser determinante para garantizar la salud escolar; en las casa donde viven niños es doblemente importante evitar los criaderos de mosquitos y mantener los alrededores higienizados.
Observar constantemente el comportamiento de los niños para detectar a tiempo los síntomas febriles, cuadros de sudoración, decaimiento, dolores abdominales y musculares, inapetencia, diarrea, vómitos, aparición de fluidos nasales… de hecho, en este contexto cualquier cambio en el estado de ánimo es importante.
De detectarse, lo primero es ir a una institución médica, en ninguno de los casos el niño debe ser enviado a la escuela, y aunque parezca obvio sé que algunos padres irresponsablemente, por tal de “coger un diez que ya dos meses fue suficiente ajetreo”, lo manda “si apenas se le nota el agüita en la nariz”. Usted y yo sabemos que sí sucede.
En la escuela se impone también la observación rigurosa de los pioneros y estudiantes, pues la mayoría insistirá en negar los síntomas por pena, vergüenza o por tal de que no lo alejen de sus amiguitos, incluso por miedo al médico porque “me van a pinchar”.
Claro está que no estoy descubriendo el agua fría, ni aportando a la epidemiología cubana, yo estoy claro de que “todo eso está montado”, pero llamo la atención, no todo lo “montado” funciona sino estaríamos viviendo el paraíso e insisto porque nunca será mucho en materia de prevención y cuidado para tener sanos a nuestros niños.
El otro eslabón de la cadena, el que sirve de conector entren las familias y la escuela es la comunidad, ese trozo de Cuba en el que nacemos crecemos y morimos, o extrañamos cuando estamos lejos, allí entra la responsabilidad colectiva, porque los niños que estudian en el espacio común que es la escuela, son de los padres de la comunidad, igual que los que “mataperrean” en el barrio cuando salen del aula y los fines de semana.
Entonces ni el barrio, ni la escuela pueden ser ajenos a los adultos, si es necesario ayudar a higienizar el espacio escolar hay que organizarse y hacerlo, también los solares yermos, las zanjas y las áreas verdes entre edificios, mientras más lejos vivan los mosquitos, mejor.
Dentro de casa solo podemos permitir a “Los mosquitos” que cariosamente se refería mi abuela, cuando en mi poblado rural llegaban puntualmente una vez a la semana, los operarios de la Campaña Antivectorial a revisar las larvitampas.
A los que vuelan y zumban en el oído hay que cerrarles las puertas de las casas y las escuelas a toda costa, no es sano esperar la crisis para hacer lo necesario. Repito: nunca se hará mucho para proteger el tesoro más preciado, nuestros niños.