La victoria y el envión moral que supuso el combate son razones suficientes para engrandecer una acción que probó el empuje guerrillero, pero al evocar la fecha tampoco pueden olvidarse las gestas humanas, las más sensibles.
Allí, en la zona de Guamá, hubo momentos en que no había certezas y se desconocía la posición adecuada para sorprender al adversario, pero Fidel abrió fuego, levantando a la tropa con su guía. Tras ese disparo, decenas de balas cayeron sobre el puesto de mando enemigo, relataría después el Comandante en Jefe.
Cuánta entereza femenina tuvo Celia Sánchez, armada con su fusil, aguantando el cruce que se prolongó por casi casi tres horas, haciendo honores a su puesto en la Columna No. 1 José Martí. Había recibido un balazo, aminorado por una cuchara que llevaba consigo, pero Juan Almeida avanzaba intrépido, para que entrase su pelotón y el de Raúl Castro.
Describió el Che que una última ráfaga de ametralladora y gritos de rendición anunciaron cuando la guarnición estuvo doblegada; aunque en la acometida perdieron la vida valiosos compañeros, incluyendo el teniente Julio Díaz, que pereció junto a Fidel.
Con el éxito no pudieron salvar a los expedicionarios del yate Corinthia, asesinados por las fuerzas de Batista, a pesar de que atacar al cuartel pretendía convertirse en un señuelo; pero ya se hablaba de los rebeldes y su osadía, de su capacidad para poner en jaque a las estructuras de Oriente.
Ciertamente las experiencias posteriores bebieron de esas horas de enfrentamiento, de las enseñanzas militares adquiridas y sus directrices; habrían de hacerse hombradas como la del Uvero para poder ganar la guerra.