La insigne patriota, símbolo imperecedero de rebeldía y consagración femenina por la causa revolucionaria, había fallecido el 27 de noviembre de 1893 en Kingston, Jamaica. Para los cubanos, y en particular para los santiagueros, era un deber y un compromiso el retorno a la Patria de sus restos mortales.
Casi 30 años después de su muerte se iniciaron los trámites y se creó una Comisión encargada de gestionar, ante el Gobierno central y el Consulado en Jamaica, la autorización para la exhumación y traslado de los restos.
Cumplidas las formalidades diplomáticas, el 19 de abril de 1923 la comitiva partió hacia Kingston y tras la identificación del sitio de enterramiento se realizó la excavación, hallándose los restos que fueron depositados cuidadosamente en una pequeña urna, cubiertos con la bandera nacional, numerosas ofrendas florales y trasladados al Consulado de Cuba en Kingston, rindiéndosele allí los primeros honores.
En la tarde del 23 de abril llegaron a su tierra natal los restos, expuestos en Capilla ardiente en el Ayuntamiento, adonde acudió el pueblo santiaguero para rendirle homenaje póstumo. Al día siguiente, declarado como duelo local, en multitudinaria peregrinación precedida por el discurso de Max Henríquez Ureña, acompañó a su ilustre hija hasta el cementerio Santa Ifigenia.
Múltiples han sido las evocaciones a la madre de la “tribu heroica” y de todos los cubanos, desde las numerosas asociaciones que reverenciaron su memoria y trayectoria hasta las acciones y proyecciones de las mujeres que protagonizaron la última gesta de liberación, con la creación por el Comandante en Jefe de un pelotón femenino durante la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, con el nombre Mariana Grajales; y las que continúan con su bregar cotidiano el sendero trazado por la paradigmática mujer.
Numerosos compañeros de lucha e intelectuales de varias generaciones han legado su visión de la heroína, pero nada supera las sintéticas y conmovedoras palabras de José Martí en el periódico Patria. Las semblanzas “Mariana Maceo” y “La Madre de los Maceo” son los retratos mejor logrados sobre su ejemplar existencia.
En el primer escrito, publicado el 15 de diciembre de 1893, el Maestro evocó su encuentro con la valiente mujer, quien “Con su pañuelo de anciana a la cabeza, con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido, con fuego inextinguible, en la mirada y en el rostro todo, cuando se hablaba de las glorias de ayer, y de las esperanzas de hoy …” y destacó los valores de la extraordinaria cubana, capaz de mantenerse durante 10 años en la manigua, donde vio caer muertos o heridos a su esposo y varios hijos, a quienes había hecho jurar que lucharían por la independencia de su pueblo o morirían en el empeño.
Igualmente resaltó cómo, con su estoicismo, constituyó un acicate y paradigma para los que peleaban contra el régimen colonial: “si me hubiera olvidado de mi deber de hombre, habría vuelto a él con el ejemplo de aquella mujer. Su marido y dos hijos murieron, peleando por Cuba y todos sabemos que de los pechos de ella bebieron Antonio y José Maceo, las cualidades que los colocaron a la vanguardia de los defensores de nuestras libertades”.
El Héroe Nacional ofreció pasajes anecdóticos de la patriota, que debió conocer por quienes convivieron con ella o sus hijos y la llamó “Madre de Héroes”.
En el segundo artículo “La Madre de los Maceo”, publicado el 6 de enero de 1894, el Maestro sintetizó su significación y trascendencia para su pueblo: “¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?, así queda en la historia, sonriendo al acabar la vida”.