Leonor recuerda con nostalgia aquellos primeros pasos. “Empecé en 1982, con un contrato provisional de seis meses. En abril del 1983 me dejaron fija, y justo en mayo, el Banco Nacional de Cuba se transformó en el Banco Popular de Ahorro. Fui testigo de ese cambio”, precisó.
Su primer puesto fue como auxiliar de contabilidad, pero su dedicación la llevó a administrar el departamento durante ocho años. “Roté por casi todas las áreas: caja, préstamos, atención al cliente… En ese tiempo, el banco era como una escuela. Nos formábamos haciendo, pero también estudiando”. Y así fue: mientras trabajaba, cursó la especialidad de Contabilidad en el Instituto Politécnico Félix Pena y más tarde se graduó en Edificación, aunque su corazón ya pertenecía a las finanzas.
Hoy, es una de las cajeras más experimentadas de la sucursal. “Trabajar en el banco es muy bonito, pero lidiar con el público es un desafío diario”, confesó. Su sonrisa, sin embargo, delata que ese reto lo asume con la mayor disposición. “Hay que tener paciencia, escuchar, resolver. A veces la gente llega preocupada, y es ahí donde uno calma ansiedades”.
Su trayectoria ha estado marcada por reconocimientos. “En varias ocasiones me han destacado por los años de servicio, pero para mí el mayor premio es la confianza de la gente. Muchos clientes ya me conocen, preguntan por mí. Eso no tiene precio”, dijo con satisfacción.
Aunque podría jubilarse, no se plantea dejar el trabajo. “Mientras tenga salud, seguiré aquí. El banco es parte de mi vida”. Y entre anécdotas de clientes agradecidos y metas cumplidas, resume su filosofía: “Lo importante es hacer las cosas con amor. El dinero pasa por nuestras manos, pero lo que queda es el servicio que brindamos”.