Las historias
Bobby iba cruzando la calle que separa la primera parada de ómnibus de Micro 3 del Centro Urbano Abel Santamaría y los puntos de venta de alimentos ligeros que están al frente, la seguridad que le brindaba tanta gente a su alrededor no fue suficiente para evitar que por allí pasara un conductor imprudente y lo arrollara. Después de casi una hora penando a orillas del contén su espíritu lo abandonó y quien sabe a dónde fue a morar, ojalá haya un paraíso para estas ánimas.
Lo que le sucedió a Roky no fue menos tristes. Lo bajaron de un camión en plena intercepción de Avenida de los Desfiles y Avenida de las Américas, por más que pidió a gritos en su lenguaje natural que no lo abandonaran, sus victimarios estaban determinados a dejarlo allí, aunque Roky siguió al vehículo autopista arriba porque decidió que no saldrían de él tan fácil y continuó dando brincos mientras se desplazaba frente al carro, me imagino que en su cabeza rondaba de que si saltaba más alto lograría hacer cambiar de idea a su dueño.
Sobre estas historias penden más de una interrogante, por ejemplo: ¿A qué velocidad iba el chofer que atropelló a Bobby? ¿Cuán responsable era su conducción en un sitio por donde transitan tantos niños, adultos mayores y personas de todas las edades y capacidades? ¿Conocerá ese usuario de la vía que puede ser sancionado si se demostrara que pudo evitar el atropello y no lo hizo deliberadamente?
En cuanto a quien abandonó a Roky: ¿Cuán consciente estará de que violó frente a mucha gente el Decreto-Ley 31/2021 de Bienestar Animal, vigente en Cuba? ¿Estarán listos nuestros policías para asumir una denuncia por maltrato animal con la misma seriedad que las cosas de humanos? ¿Cuánto falta por hacer desde lo institucional para que el pueblo gane en cultura respecto al manejo de sus mascotas? Si sigo yendo hacia adentro tendría que emplazar a muchas personas que laboralmente son responsables de hacer algo al respecto.
Bobby y Roky no tuvieron la suerte de que sus encuentros con el más oscuro de los lados humanos fuera mediático, pero… ¿Tendrá que ser así para que se aplique lo legislado al respecto? ¿Cuántos más de estos animales tendrán que morir? Es que no se acaban las preguntas y es justamente lo que más preocupa.
La historia de estos dos perritos es real, solo los nombres son ficticios, no hubo manera de saber; también son reales las historias de los canes que reciben a diario soberanas tundas porque los dueños creen que el animal piensa y actúa deliberadamente para molestar (habría que ver quién piensa menos), o aquellos que son amarrados a la intemperie sin agua ni alimentos; como son reales también las peleas de perros o las golpizas a los animales de tiro, porque no tienen derecho a descansar al medio día cuando el sol está “que raja piedras”.
Aun cuando no soy especialista en la materia, me atrevo a decir que para lograr la objetividad en la aplicación de la ley, hace falta diseñar estrategias que impliquen divulgación, capacitación de quienes deben administrarla y velar por su cumplimiento, deben ser creadas infraestructuras que permitan acciones de protección para los animales que están expuestos a las ilegalidades. Claro que en nuestras condiciones económicas no se puede esperar que sea de golpe y porrazo, pero lo cierto es que hay que comenzar ya, o lo establecido puede convertirse en letra muerta.