Desde el mes de abril, el pequeño destacamento se había separado del Che con el objetivo de proporcionar atención a combatientes en malas condiciones físicas, pero no había podido reintegrarse al principal núcleo guerrillero. De sus diez integrantes, nueve cayeron ese día.
El día antes, habían llegado a la casa de Honorato Rojas, un traidor que los delató ante el ejército boliviano, que tuvo el tiempo suficiente para preparar la emboscada en el lugar por donde la traición llevaría a los guerrilleros.
El grupo lo integraban, además de Joaquín, Tamara Bunke Bíder (Tania) alemana-argentina-cubana; Gustavo Machín Hoed de Bech (Alejandro) cubano; Israel Reyes Zayas (Braulio) cubano; Apolinar Aquino Quispe (Polo) boliviano; Walter Arencibia Ayala (Walter) boliviano; Freddy Maimura Hurtado (Ernesto o Médico) boliviano; Moisés Guevara Rodríguez (Guevara o Moisés) boliviano; Restituto José Cabrera Flores (Negro o Médico) peruano; y el único sobreviviente: José Carrillo (Paco) boliviano.
El ejército boliviano había pactado con el delator el lugar exacto por donde debían pasar los guerrilleros, había tomado posiciones ventajosas y planificado el desarrollo de la emboscada.
En un trabajo publicado por el periódico Granma, el 31 de agosto de 1997, firmado por Elsa Blaquier Ascano, José Carrillo relata que ese día “Braulio caminó golpeando el agua con el machete hasta llegar a la mitad del río, desde donde ordenó avanzar”. Así avanzaron los demás, cerrando Joaquín la fila.
“El primero había alcanzado la otra orilla cuando empezaron los disparos. En el turbión de las aguas no se distinguía quién caía herido. El río arrastraba todo. Braulio reaccionó de inmediato y accionó su ametralladora ligera fulminando a un soldado, de inmediato el fuego se concentró sobre él hasta hacerlo caer”.
El propio trabajo periodístico afirma que “Testigos presenciales relataron que los militares escondidos en la maleza se convirtieron en máquinas de matar. Tiraban a todo lo que arrastraba el río. Hombres y mochilas fueron acribillados a lo largo de 600 metros, donde se unen los ríos Bravo y Masicuri. Todos vieron que había una mujer, pero dispararon sobre ella hasta escuchar su grito de dolor”.
La traición de Honorato Rojas impidió el reencuentro entre los guerrilleros, pues, a la mañana siguiente, el Che llegó hasta la casa del delator.
El traidor fue premiado por el entonces presidente de Bolivia, René Barrientos, con cinco hectáreas de tierra, en un lugar cercano a la ciudad de Santa Cruz. Allí creyó estar seguro, disfrutando lo medrado con su delación, hasta que la justicia revolucionaria le cobró el crimen, casi dos años después.
Sangre cubana, boliviana, alemana-argentina y peruana, tiñó ese 31 de agosto las aguas del Río Bravo. Los restos de los caídos descansan hoy junto a su jefe, el Che, en tierra cubana, no como recuerdo de un pasado inútil, sino como expresión de un presente donde fructifican sus ideas.