Lo que más une las vidas de Maceo y el Che, sin embargo, no es la coincidencia de una fecha. Los une, sobre todo, su lucha por la libertad y la independencia de Cuba, la coincidencia de sus vidas y de su obra.
Antonio Maceo, arriero, devenido brillante estratega militar durante las guerras cubanas contra el ejército colonial español en el siglo XIX, fue a la vez un hombre de pensamiento avanzado, capaz de aquilatar las corrientes políticas de su época en Cuba y situarse incondicionalmente al lado del independentismo.
El Che, joven médico, comprendió desde temprano que la verdadera medicina para curar los males de los oprimidos era su redención mediante la Revolución. Revolución con apellido: socialista.
Ambos, en el fragor del combate, con un valor y una entrega sin límites, ganaron los máximos grados militares del Ejército Libertador y del Ejército Rebelde, respectivamente.
Los une en nuestra historia la proeza de dos invasiones militares desde del Oriente hacia el Occidente del país, en ambos casos victoriosas y decisivas en el curso de la guerra. El 22 de octubre de 1895, Maceo partió desde Mangos de Baraguá y llevó la llama de la guerra hasta Mantua, en la provincia de Pinar del Río, campaña que cumplió en enero de 1896.
En agosto de 1958 el Che partió, con su Columna 8 Ciro Redondo, para la invasión y llegó hasta Las Villas, donde combatía y doblegaba a las fuerzas de la tiranía batistiana cuando se produjo la victoria revolucionaria del 1ro. de enero de 1959.
Por coincidencia histórica, junto a Maceo, la invasión fue dirigida por un combatiente internacionalista de origen dominicano, el Generalísimo Máximo Gómez Báez. En l958, el internacionalista fue el Che, junto al Comandante Camilo Cienfuegos, al mando de la Columna número 2, que supo honrar el nombre – no por coincidencia- de Antonio Maceo.
El Titán de Bronce, Antonio Maceo, nos legó a los cubanos la intransigencia y los principios en la lucha. Y con su viril Protesta de Baraguá, nos enseñó a no concertar nunca pactos indignos con el enemigo.
Refiriéndose a los Estados Unidos, prefirió luchar sin su ayuda antes que contraer compromisos con un vecino tan poderoso. El Che nos alertó que en el imperialismo no podía confiarse absolutamente nada. Y tanto en la guerra como en la paz, su posición no se alejó nunca de la intransigencia revolucionaria y de los más firmes principios.
Antonio Maceo veía la lucha por la independencia más allá de las fronteras cubanas y expresó que, conseguida la libertad de su patria, no le gustaría envainar su espada hasta no lograr la de Puerto Rico. El Che, luego de defender al gobierno guatemalteco de Jacobo Arbenz, derrocado en 1954 por una invasión norteamericana, vino a Cuba como expedicionario del Granma, con el compromiso previo de que liberada la patria de José Martí, proseguiría su lucha por igual objetivo en otras tierras del mundo.
Antonio Maceo no pudo ver el triunfo de su lucha, porque cayó en combate el 7 de diciembre de 1896. Incluso, cuando en 1898 ya España no estaba en condiciones de sostener la guerra ni su poder colonial en Cuba, el triunfo de las fuerzas cubanas fue usurpado por la intervención del gobierno de los Estados Unidos, dando paso a que nuestra nación pasara de colonia española a neocolonia del Norte revuelto y brutal que nos desprecia, como lo había calificado José Martí.
El Che vio coronada su lucha con la victoria de la Revolución cubana. Pero brindó también su esfuerzo para fomentar la independencia africana, en El Congo, y cayó en Bolivia, hecho prisionero –herido e inutilizadas sus armas- el 8 de octubre de 1967 y asesinado por órdenes de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos al día siguiente. Sus ideas y su ejemplo, sin embargo, viven y se extienden con fuerza de presencia no sólo por los pueblos que han alcanzado su libertad, sino también por los campos irredentos de nuestra América, donde la lucha por su segunda independencia está ya en marcha indetenible.
De Maceo aprendimos que la libertad no se mendiga, que se conquista con el filo del machete, porque mendigarla es propio de cobardes incapaces de ejercitarla. Y asumimos también su decisión de que quien intente apoderarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre si no perece en la lucha.
Del Che aprendimos los cubanos – y eso lo hemos demostrado en nuestra tierra y en nuestras gloriosas misiones internacionalistas- que “dondequiera que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado a un oído receptivo y otras manos se extiendan para empuñar nuestras armas y otras voces se alcen para entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”.
Cuando Maceo, mortalmente herido, cayó en el campo de combate, sus últimas palabras fueron ¡Esto va bien! Así, su vida le ganaba una batalla a la muerte, pasando a símbolo imperecedero del pueblo cubano.
Cuando el Che se despidió de nuestro pueblo, con su ¡Hasta la victoria siempre! expresó su convicción de que la lucha sería algún día coronada con el triunfo. Ese día, el Guerrillero Heroico creció y se hizo más inmortal.
Maceo y el Che, por todo esto, se unen en nuestra memoria no solo cada 14 de junio por sus natalicios. Están presentes cada día, como símbolos de patriotismo, de dignidad, de altruismo y de intransigencia revolucionaria. Símbolos de rebeldía y de Revolución.