Culminaría así una cadena de acontecimientos del ejército español en Cuba, que con tanta precisión llegó al último retiro del Padre de la Patria, quien estaba confinado desde el 23 de enero, afectado de la vista, sin escolta, prácticamente solo por la perfidia de la Cámara de Representantes que ilegalmente, sin el quórum requerido, lo destituyó del cargo de presidente bajo la improbada acusación de nepotismo y métodos autoritarios y le prohibió salir del país.
Cuenta la historia que cuando a Céspedes le trajeron la comunicación oficial de su destitución, no se apresuró a abrir el sobre e invitó gentilmente a compartir su frugal desayuno al soldado mensajero, con quien departió como si fueran amigos de años.
Pero ni esa ni todas las anteriores traiciones y desagravios de sus propias filas pudieron quebrar al hombre que cuando el ejército español deshonrando a sus banderas de hidalguía, de la que presumía, le ofreció la vida de su hijo Oscar cautivo a cambio de su abandono de la lucha, contestó que Oscar no es su único hijo, que lo eran todos los que peleaban por la Patria. Fue por ese gesto que con justeza resultó nombrado el Padre de la Patria.
No podía ser otra la decisión del hombre que llevó a erguirse a un pueblo esclavo para romper más de 300 años de opresión en aquel glorioso 10 de octubre de 1868, y que no claudicó cuando otros cedían en la primera derrota y al quedar con solo 12 hombres se alzó en la cabalgadura y replicó con energía: "¡No, aún quedan 12 hombres! Bastan para lograr la independencia de Cuba".
Así se inició la llamada Guerra de los Diez Años (1868-1878) que solo fue posible por la intrepidez y el valor de aquel valiente y que dio lugar al nacimiento del Ejército Libertador, que se convirtió en escuela de jefes patriotas de origen humilde y de brillante ejecución militar y conducta moral intachable, y donde la jerarquía solo se alcanzaba por la inteligencia y valor en el campo de batalla.
Pero también en aquella primera gesta aflorarían los males que frustrarían 10 heroicos años de guerra contra el poder colonial por la falta de unidad, el caudillismo, el regionalismo, las insidias e intrigas que minaron las filas independentistas y que lograron que los cubanos al decir de José Martí dejaran caer la espada, aunque no fueron vencidos. Fue el Padre de la Patria el primer obstáculo ante la claudicación en ciernes que conllevaría a la traición de San Lorenzo.
El desenlace del 27 de febrero de 1874 no podía ser otro, cuando el también Mayor General del Ejército Rebelde solo con su revólver enfrentó a más de medio centenar de enemigos descargándoles el arma e hiriendo a algunos, pero al intentar evadir el cerco resultó abatido y como dijo un cronista de su época ”cayó en un barranco como un sol de llamas que se hunde en un abismo”.
En aquel barranco de San Lorenzo y en toda Cuba hoy se venera la memoria y el ejemplo del Padre de la Patria, como símbolo de la intransigencia revolucionaria y de recordatorio para las actuales y futuras generaciones de revolucionarios cubanos de lo que significa mantener la unidad y fidelidad a los principios frente a las acechanzas del enemigo.