Muy pronto bebió de filósofos como Hegel y Feuerbach, así como del escritor y periodista sajón Arnold Ruge y el profesor de Teología Bruno Bauer, quien se convertiría en su tutor en la Universidad.
El año 1841, el autor del Manifiesto Comunista escribió a su padre: “Hay momentos en la vida que señalan, como hitos en un terreno, el fin de una época, pero a la vez apuntan decididamente a un nuevo rumbo”. Para entonces integró el equipo editorial y tener un importante liderazgo en La Gaceta, que gracias a él triplicó su tirada, por lo que se atrajo las suspicacias del gobierno.
Se destacan textos como Reflexiones de un adolescente al elegir profesión, y otros sobre asuntos locales, como la situación de los viticultores del Mosela o la ley que prohibía recoger leña en los antiguos bosques comunales, aunque se denotaba una crítica a Prusia, que prohibió la publicación en marzo de 1843.
Lamentó que “no puedo hacer nada en Alemania” y por esto se fue a País, “el gran hervidero mágico en el que bulle la historia del mundo”. Estudió a los socialistas franceses Saint-Simon, Cabet y Fourier, así como a los economistas británicos Ricardo y Smith. Posterior al cierre la Gaceta Renana, se involucró con un nuevo periódico radical, los Anuarios franco-alemanes, a pesar de que pretendía atraer a escritores tanto de Francia como de los Estados alemanes, fue dominado por estos últimos, siendo relativamente exitoso. Fue en París donde, el 28 de agosto de 1844, conoció a Federico Engels.
Marx siempre se mostró crítico a las problemáticas sociales y, en ese sentido, elaboró la doctrina comunista científica. “La peor lucha es la que no se hace”, afirmó, al tiempo que asumió que “la manera como se presentan las cosas no es la manera como son; y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría”.