Sin aquellos primeros seis años, sin mis maestros de la Primaria y otros que vinieron después, no hubiera sido capaz de entender el mundo y ayudar a otros a entenderlo, habría sido imposible sumar 20 años de trabajo.
A veces la vorágine de la vida cotidiana nos impide darnos cuenta de que, en cada buena acción o logro profesional, estamos honrando a quienes nos enseñaron los primeros trazos, a relacionar una palabra con un objeto, a identificar las figuras geométricas o reconocer los instrumentos musicales y notas escuchando un radio VEF en las clases de Educación Musical.
Aunque cada 22 de diciembre se dedica a homenajear a los educadores cubanos, porque ese día triunfó la colosal obra de liberar a Cuba del analfabetismo, cada persona es un pequeño logro de algún maestro que, con su aporte, puso un ladrillo en la hazaña de la Educación que exhibimos con orgullo por el mundo.
En los tiempos que corren, cuando resulta difícil percibir la valía de lo que hacemos para nosotros y para nuestro pueblo, a estos profesionales hay que hacerles sentir el reconocimiento de sus discípulos de ayer y de siempre, de las familias y de la sociedad, eso los enaltecerá, les hará sentir orgullo por lo que hacen durante todo el año, porque maestro es maestro incluso en vacaciones.
Por todas esas razones no me costó escribir estas líneas para que sirvan de modesto homenaje a los educadores de Santiago y de toda Cuba. A todos, Felicidades.