Argumentaré que es exigente hacer periodismo, porque obliga a percibir y valorar los hechos colectivos desde una mirada personal, es como vestirse con muchas pieles diferentes, como vivir miles de conflictos ajenos y sentirlos propios porque es la única forma de captar las esencias para transmitírselas a ustedes, que equivale a un millón de ojos y oídos evaluadores.
El periodista debe tomar riesgos, porque el miedo no puede ser otra cosa que un reto al que se enfrente con la constante desconfianza en lo fácil, solo así disfrutará el hambre insaciable de hurgar en lo desconocido para gozar del descubrimiento, la primicia, el poder del conocimiento no para si, sino para ofrecerlo a la mesa donde sedientos consumidores lo devoren con criterios y opiniones.
Es también una profesión en la que se maneja el tiempo, porque se viaja del pasado al fututo entre textos sonidos e imágenes; haciendo periodismo se pueden crear mundos ideales que aspiran a la realidad y se pueden frustrar miserias humanas, de esas que son como molinos de viento.
Quijotes a veces, magos otras tantas, pero siempre en el ojo del huracán, conscientes de que un paso en falso es posible porque esa es la gracia del asunto, porque esquivar no se le da al periodista de corazón, al que sigue ahí amén de contextos y “coyunturas”, al que encontró en esta profesión una razón de vida.