¿Mamá, Fidel era un gigante de verdad? En los ojos de ambas está el asombro listo para un sí que lo catapulte al firmamento de la imaginación, que las deje a merced de un hombre montaña, del barbudo verdeolivo e inmenso que ellas también han empezado a amar.
Y sí que era un gigante, Fidel. Pero no de aquellos que viven en los cuentos, sino de los que tienen el tamaño de la entereza.
Me gusta decirles que también los niños pueden ser gigantes, como lo era él cuando, a los seis años, ideó un plan para regalar su ropa al hijo de un campesino, que andaba casi en harapos. Contaba su hermana Ángela que el pequeño no quería las vestiduras del niño rico por miedo a ser tildado de ladrón; entonces Fidel inventó una historia que ambos contarían para salvarlo de la calumnia, y lo consiguió. Su amiguito tuvo ropa nueva y salió ilesa su reputación.
También les digo que era un excelente estudiante, como han de ser todos los niños, y que ejercitaba los músculos tanto como la mente. Así se hacía querer y respetar en las escuelas donde estuvo, como la vez en que durante una excursión por la Sierra de los Órganos, en Pinar del Río, el maestro le pidió adelantarse y ver qué tan crecido estaba el río Taco Taco.
Que era un brazo de mar, vino diciendo, porque a 100 metros de su cauce habitual ya lo tapaba el agua hasta el cuello. El profesor tenía a su cargo 40 adolescentes sin comida ni condiciones para pasar la noche en medio del monte y bajo una lluvia que no les daba tregua... Entonces le confió a Fidel el extremo de una soga: "Ve hasta la otra orilla y amárrala a un árbol".
El chico nadó unos 25 metros, le contó el jesuita a la cineasta Estela Bravo, y cumplió la orden. Él hizo lo mismo, ató la cuerda y agarrándose a esta cruzaron los alumnos.
El padre católico fue el último. Desató la soga antes de lanzarse al torrente que arrastraba piedras y palos, y nadó mientras pudo, hasta que el empuje del agua le hizo perder el control.
Fidel era Fidel, una semilla de montaña, un retoño de aquella voluntad inconmovible que lo llevó al Moncada, al Granma, y a la Sierra Maestra... No era más que un chiquillo decidido a darlo todo por ayudar a otros, y se lanzó al peligro (como lo hizo luego tantísimas veces por tantísima gente). Seguro sintió miedo, pero no iba a cruzarse de brazos mientras moría el maestro. Dicen que casi se ahogan, pero lo sacó del río.
Hay que mostrar así a Fidel. Hay que decirles a quienes no lo vivieron, cómo era, y cómo nos impulsaba a todos para hacer posible lo imposible, y ganar las batallas que otros, los pequeños de espíritu, auguraban perdidas.
Contemos a los jóvenes que hacía el bien desde la infancia y que por eso llegó a ser un hombre justo y valiente, capaz de cambiar la historia y dignificar la Patria. Volvamos siempre a Fidel. Subamos con nuestros hijos las cumbres de sus proezas... para que en este pueblo siga latiendo ese gigante, eternamente nuestro.