Una chica alta, delgada, de cabello corto y con conjuntos perfectamente combinados, aparecía en todos lados donde Pedro frecuentaba. A tal punto que llegó a comentarlo con su compañera de asiento. Lo veía en el desayuno, el almuerzo, la comida, incluso cuando tomaba café en la cafetería de la Universidad.

Él recuerda la historia, sonríe y me cuenta que “ella con el paso de los años me confesó que sus amigas le avisaban cada uno de mis movimientos, por eso la noche que me tocó quedarme en el hospital a cuidar a un compañero, ella también estuvo ahí, pretendiendo hacerme creer que era otra casualidad.  Yo le expliqué que podía irse, pero quiso acompañarme toda la noche, fue así como nos hicimos amigos y nos enamoramos”.

A Madeline Coronado Delgado, como se llamaba la joven, siempre le reclamaron haberse quedado con ‘el guajirito camagüeyano’, apodo con el que bautizaron a Pedro Julio Sosa García, quien era natural de Violeta -hoy municipio Primero de Enero-, una localidad con centrales azucareros en Ciego de Ávila, antigua provincia de Camagüey.  

Luis Placido Coronado Estrada, quien fue corresponsal de la revista Bohemia en el Oriente de Cuba, era el padre de Madeline y viajó desde Guantánamo, donde laboraba como periodista y locutor de radio,  para entregar a la novia a su futuro esposo

Pero como al amor nadie le pone frenos ni obstáculos, el 26 de junio de 1964, el comedor de la beca de la universidad fue testigo de la ceremonia nupcial de estos estudiantes de Economía. Ella cursaba el 4to año de la carrera y él, el segundo.

“Nosotros nunca supimos quién mandó a hacer el dulce y el ponche ni como hospedaron a mi familia en una de las casas frente a la universidad,  y a los padres de mi prometida por el centro de la ciudad ni quien realizó las reservaciones de la luna de miel en el hotel Versalles  y  la primera noche en el Imperial.  La Federación de Estudiantes Universitarios y los profesores de la UO se encargaron de todo y lo costearon.

“Estudiantes y profesores, se fusionaron, el Rector de aquel momento puso a disposición su medio de transporte y un profesor de Derecho realizó todos los trámites legales y las actas matrimoniales. Nuestra boda fue en el comedor de beca, pero ya casados no podíamos dormir juntos, seguíamos noviando en las noches y cuando se podía pasábamos la noche juntos, alquilados en un hotel de la ciudad.

Días antes de celebrarse la ceremonia otra pareja de estudiantes decidieron casarse y fueron dos los matrimoniados

“Eran tiempos memorables, en beca nos llevábamos como una gran familia, mi esposa quedó embarazada y empezaron entonces los mimos, los cuidados especiales;  el embarazo lo hizo sin renunciar a la universidad. Otra experiencia inolvidable  fue en el momento del parto, pues los colegas apostaban por hembra y yo decía que era varón;  pintaban carteles de cómo sería nuestro bebé,  con la nariz del padre, con los pies grandotes de una tía. En los murales, las caricaturas de la familia.

“Empezaron a nombrarnos mamá guguza y papá guguzo, por los comis de un periódico humorístico de la época, que era de trogloditas y hombres cavernas; cuando comienzan los dolores de parto salimos nerviosos para el materno Norte, la apuesta estaba en pie y era una caja de cerveza, que  tuve que pagar pues en octubre de 1965 había nacido Ana Madeline Sosa Coronado, la gugusita de la Universidad de Oriente”.