Medio siglo de República neocolonial hacían cotidianas la amenaza perenne del desalojo para los pequeños campesinos, las mejores tierras en poder de compañías; en 400.000 familias viendo en hacinamiento e incontables sin una vivienda; más de 1 000 000 de analfabetos e igual número de desempleados en un país con apenas industrias y escasos servicios de salud..
Cuando «parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre», Cuba no lo permitió en las acciones de un grupo de jóvenes, justificados por la historia y defendidos por el pueblo. Del legado cespediano y la sabia martiana se valió aquella generación que derrocó al tirano – asesino de más de 20 000 personas- y eliminó para siempre el entreguismo e materializó el anhelo de una Patria «con todos y para el bien de todos».
El Programa del Moncada indicó el camino a seguir para que los campesinos se convirtieran en propietarios de las tierras que trabajaban; los alquileres fueran rebajados y se ejecutaran grandes planes de construcción de viviendas; para que Cuba se librara del analfabetismo y que la garantía del empleo dejara de ser una utopía; para que comenzara la industrialización y que, hasta en los sitios más intrincados, estuviera un médico, una enfermera y una institución de Salud. Logros que hasta los organismos internacionales reconocen y ponen como ejemplo para el mundo.
Nuestro Comandante en Jefe, siempre supo que la Revolución continuaba tras el triunfo y que se enfrentaría a enemigos hostiles, liderados por sucesivos gobiernos de los Estados Unidos. Ellos, no han vacilado en su propósito de «ocasionar hambrunas, desesperación y el derrocamiento del gobierno», tal como propuso, en 1960, el entonces secretario adjunto de Estado Lestor Mallory.
Sin embargo, toda una nación asume las enérgicas palabras del abogado que estremecieron al Saturnino Lora y a los presentes en tan maniatado juicio: «Condenadme no importa, la Historia me Absolverá».