No creo que todo esté perdido. Sí, es cierto que en la Cuba de ahora se han remarcado determinadas conductas y males, que aunque no son exclusivos ni noticia en otras partes del mundo, nos están afectando. Sobre todo por las consecuencias para nuestros adolescentes y jóvenes.
El consumo de alcohol, las drogas, los actos bandálicos influenciados por los grupos, la situación del momento, antecedentes personales... Constituyen una parte de esa realidad a la que debemos atender y no voltear la cara ni en el hogar ni en lo social en relación a las políticas públicas. Ahora bien, son eso: una parte, no todo.
Observo a quienes fueron mis estudiantes, y lo que más me sobran son buenos ejemplos. De quienes consumen géneros actuales con buena letra y también la trova; beben con moderación o simplemente prefieren sitios de café, té, jugos o limonadas. De jóvenes trabajadores, emprendedores, brillantes en los estudios; con una cultura general. Que tienen redes digitales, se hacen selfies, no pueden vivir sin sus celulares, pero asimismo son divertidos y leen cuantos libros tengan delante.
No saben de violencia o actos semejantes, sino de compañerismo, amistad y buenos valores. Que cuentan sus sueños y van a conquistarlos. Ciertamente los padres de hoy tienen más retos que los de ayer: el despertar en sus hijos la necesidad de cuestionar todo, de ser autocríticos y no manipulables; el contar con un criterio propio, ser auténticos, únicos, buscar la identidad y la esencia.
Los jóvenes de hoy tenemos un reto colosal, y es el de dejar una huella buena y positiva, en medio de la actual cultura que se impone con igual fuerza. Todavía está la magia de las costumbres y las tradiciones, de la cubanía, de lo autóctono, a pesar de todo.
La juventud no está perdida, hay muchos que dan muestra de lo contrario, que juntan lo útil con lo bueno. Esos jóvenes también merecen respeto, admiración, un voto de confianza, espacios, voz y oportunidades en la Cuba de hoy.