Esa vez, se refirió a la familia, al hogar: “Porque es en casa donde no hay lugar para las caretas, somos lo que somos y de una u otra manera estamos invitados a buscar lo mejor para los demás. En el calor del hogar es donde la fe empapa cada rincón, ilumina cada espacio, construye comunidades”.
Habló de la necesidad de pedir perdón, de la importancia de las relaciones familiares. “Porque sin familia, sin el calor de hogar, la vida se vuelve vacía, comienzan a faltar las redes que nos sostienen en la adversidad, las que nos unen en la lucha de la cotidianidad.” Y pidió girar la cabeza hacia atrás en memoria de quienes nos fueron trayendo a la vida; y hacia adelante para reverenciar a los niños y jóvenes.”
Lo sentía cercano, porque más allá de protocolos, tenía la sabiduría de quien ha vivido observando a los demás. Por muchos años lo he seguido en X, más que por ser una personalidad a escala internacional, por cada palabra compartida, como una sentencia de vida, que te obliga a hacer un alto y reflexionar.
De Santiago de Cuba dijo que lo hicimos sentir en familia, que somos gente que sabía recibir y acoger y sentía que era esa frutilla de la torta que se disfruta con placer.
Y es que más allá de credos, El Sumo Pontífice Francisco era alguien revolucionario -y lo demostró en el propio seno eclesiástico-, era además cercano a quienes apreciamos la espiritualidad, a quienes creemos aún en lo hermoso de la vida más allá de lo material.
A él, que llegó para oficializar a la Virgen de la Caridad, la virgen mambisa, la que encontraron los tres Juanes, la del Cobre…como Patrona de Cuba.
Por toda su humildad, incluso hasta para su sepelio, o para agradecer su última visita a la plaza del Vaticano el domingo de Pascuas, por llegar a tantos corazones más allá del catolicismo, le deseamos que descanse en paz.