Orlando Guevara Núñez
El 16 de agosto de 1925, en una vieja casa de la calle Calzada, en el Vedado, La Habana, demolida tiempo después y donde hoy se erige la sala Hubert de Blanck, se fundó el primer Partido Comunista de Cuba. Ese día marcó un hito en la historia cubana. Las ideas marxistas, enlazadas con las martianas, irrumpían con más nitidez y fuerza en el escenario político, pese a la brutal represión y las calumnias de las clases dominantes, subordinadas en cuerpo y alma al gobierno imperial de los Estados Unidos.
Ha sido una constante, desde el mismo triunfo de la Revolución cubana, que los representantes del imperio norteamericano califiquen a Fidel como un destructor.
La primera vez que escuché el nombre de Fidel Castro, tenía yo diez años de edad. Fue después del asalto al Moncada. Lo mencionó mi madre, lamentándose de los crímenes que se cometían en Santiago de Cuba contra los jóvenes asaltantes. Le pregunté quién era Fidel y por qué estaba peleando. Solo atinó a responderme que él era bueno y quería ayudar a los pobres. Aquello quedó grabado en mi mente de niño.
El 6 de agosto de 1960, la Revolución cubana dio un paso trascendente en la consolidación de la independencia política ganada en enero de 1959, como medio principal para marchar hacia su independencia económica. Ese día el Comandante en Jefe Fidel Castro anunció la nacionalización de 26 grandes empresas norteamericanas radicadas en Cuba, además de 36 centrales azucareros y las compañías de electricidad y teléfonos.
El 2 de agosto de 1990 falleció el último mambí, es decir, el postrer sobreviviente de la Guerra de Independencia organizada por el Héroe Nacional cubano, José Martí, contra el poder colonial español e iniciada el 24 de febrero de 1895. Ese patriota, nombrado Juan Fajardo Vega, falleció cuando le faltaban 13 días para cumplir los 109 años de edad.
Es conocido el objetivo de Fidel – una vez tomado el Cuartel Moncada- de llamar al pueblo a la lucha, sumando a los militares honestos contra la tiranía, para “ir unidos en pos del único ideal hermoso y digno de ofrendarle la vida, que es la grandeza y la felicidad de la Patria”. Así lo definió el máximo jefe de las acciones del 26 de julio de 1953, ante el Tribunal que lo juzgaba por esos hechos.