A nuestra memoria acuden el bloqueo naval norteamericano, las amenazas de exterminio, los intentos de destruir la Revolución utilizando los métodos más salvajes.
Recordamos al pueblo miliciano en pie de guerra, compartiendo trincheras con sus Fuerzas Armadas Revolucionarias y su Ministerio del Interior. Las mujeres ocupando en las fábricas los puestos de quienes habían cambiado las herramientas del trabajo por el fusil.
En ningún momento disminuyó la confianza del pueblo en la dirección de la Revolución. Con nuestro máximo jefe compartimos la idea de instalar aquí los cohetes soviéticos de largo alcance, y el desacuerdo con que los desmantelaran. Vibramos de emoción el día en que Fidel afirmó públicamente que más que nunca se sentía orgulloso de ser hijo de este pueblo.
Apoyamos el principio de no permitir ninguna inspección enemiga sobre el territorio cubano. Y no lo admitimos. La definición de ese fenómeno, de ese sentimiento individual y de pueblo, la encontré después en una afirmación hecha por Fidel, acerca de que nuestros misiles morales no podrían ser desmantelados jamás.
Por eso, cada año evocamos aquel episodio que nos hizo crecer como pueblo. El objetivo norteamericano terminó con un rotundo fracaso.
En ese octubre, se suma otra derrota imperial de la cual poco se habla. Precisamente para ese mismo mes y año, el gobierno de los Estados Unidos había programado el golpe final a la Revolución cubana.
Se trata de la Operación Mangosta – nombrada inicialmente Proyecto Cuba- fraguada después del desastre de la invasión mercenaria de Playa Girón.
Dicha operación tenía el objetivo supremo de derrocar a la Revolución, para lo cual fueron trazadas 32 tareas en las áreas de inteligencia, políticas, económicas, psicológicas y militares. En noviembre de 1961, había quedado integrado el equipo, al mando de un general norteamericano, encargado de cumplir esas tareas mediante un cronograma bien definido.
En marzo de 1962, serían iniciadas las acciones con una preparación previa, como habían sido la expulsión de Cuba de la OEA, la ruptura de relaciones de Estados Unidos y la firma del presidente Kennedy del bloqueo a nuestro país. Otras medidas fueron el intento de crear en Cuba una oposición interna a la que, valga decirlo, no le tuvieron nunca confianza para asumir un liderazgo en este país.
La segunda etapa de la Operación Mangosta era de abril a julio, en la cual se fortalecerían las actividades clandestinas, bajo la jefatura, desde luego, de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA).
El primer día de agosto figuraba en el cronograma dedicado a desencadenar los mecanismos para la sublevación, bajo el supuesto de que el pueblo se rebelaría contra la Revolución, pasando a octubre con una revuelta generalizada. Por último, octubre de 1962 sería el escenario para el fin del Gobierno Revolucionario y la instauración de uno nuevo que permitiera el regreso a Cuba de los explotadores y fuera agradable para los Estados Unidos. La intervención militar norteamericana estaba dentro de los planes de Mangosta.
Los repetidos fracasos durante toda su preparación y ejecución, hicieron que la Operación Mangosta se convirtiera en otro rotundo fracaso. Después de la Crisis de Octubre, el propio presidente Kennedy decretó la defunción de ese proyecto criminal.
Así, octubre de 1962 tiene para los cubanos el significado de dos grandes victorias contra el imperio norteamericano: La de la Crisis, llamada también de los Misiles, y contra la Operación Mangosta. En ambos casos, el pueblo cubano enalteció su vocación patriótica y su decisión de morir de pie libre y soberano antes que vivir de rodillas cobarde y servil ante un amo.