En ese período, según análisis del economista Raúl Cepero Bonilla, publicado antes del 26 de Julio de 1953, hubo “Reducción de los ingresos de los obreros por la limitación de la zafra y las rebajas de salarios; contracción de toda actividad económica y comercial; industrias paralizadas (construcción) y semiparalizadas (textil); cesantías y rebaja de salarios; crisis del transporte e incosteabilidad”.
Otros datos reafirman lo anteriormente expuesto. En ese año, el costo de la vida se incrementó en un 15 por ciento; los obreros devengaron 96 millones de pesos menos que en el año anterior; las cesantías arrebataron el empleo a 600 000 cubanos equivalentes a la tercera parte de la fuerza laboral del país, al tiempo que entraron en vigor más de 40 nuevos impuestos y 140 modificaciones a los ya existentes. Todo en detrimento del bienestar de la población.
De esas crisis no escapaban los soldados que sostenían a la tiranía de Fulgencio Batista, obligados a enfrentar, atropellar y asesinar al pueblo para mantener en el poder a un grupo de ladrones que de la noche a la mañana, luego del golpe de estado del 10 de marzo de 1952, se convirtieron en grandes jefes militares y acumularon fraudulentas riquezas.
En el propio mes de julio de 1953, el salario básico mensual de un soldado de primera quedó reducido a sólo 30 pesos, mientras que el de un Guardia Rural, que tantos abusos cometieron contra los campesinos, bajaba a 27,25 y los soldados rasos ganaban 25 pesos con 25 centavos. Una Ley- Decreto, dictada exactamente cuatro días antes del asalto moncadista, llevaba los salarios en las fuerzas armadas, incluidas la Marina y la Policía, a los irrisorios niveles de 1942. En esa fecha, Cuba contaba con un ejército de 21 328 miembros.
El propio Fidel Castro, antes del 26 de julio de 1953, había denunciado públicamente las penurias de los soldados cubanos, explotados y humillados por jefes que los utilizaban hasta como trabajadores esclavizados. Lo hizo cuando ninguna otra voz se atrevió a hacerlo.
Y esa denuncia se realizó de nuevo por Fidel, el 16 de octubre de 1953, durante su alegato de autodefensa ante el tribunal que lo juzgaba por las acciones del 26 de julio de ese año. En esa intervención, conocida como La historia me absolverá, planteó el máximo jefe revolucionario:
“Era en aquel tiempo el periódico Alerta uno de los más leídos por la posición que mantenía entonces en la política nacional, y desde sus páginas realicé una memorable campaña contra el sistema de trabajos forzados a que estaban sometidos los soldados en las fincas privadas de los altos personajes civiles y militares, aportando datos, fotografías, películas y pruebas de todas clases con las que me presenté también ante los tribunales denunciando el hecho el día 3 de marzo de 1952”.
Con una clara visión política, Fidel definió entonces que la lucha no era contra los soldados, sino contra los usurpadores del poder. “El soldado, dijo, es un hombre de carne y hueso, que piensa, que observa y que siente. Es susceptible a la influencia de las opiniones, creencias, simpatías y antipatías del pueblo. (…) Le afectan exactamente los mismos problemas que a los demás ciudadanos conciernen: subsistencia, alquiler, la educación de los hijos, el porvenir de estos, etcétera. (…)
En otra parte de esa histórica intervención, rodeado precisamente de soldados armados con bayonetas, expresó Fidel: “Y digo también que si es para servir a la República, defender a la nación, respetar al pueblo y proteger al ciudadano, es justo que un soldado gane por lo menos cien pesos; pero si es para matar y asesinar, para oprimir al pueblo, traicionar a la nación y defender los intereses de un grupito, no merece que la República se gaste ni un solo centavo en ejército, y el campamento de Columbia debe convertirse en una escuela e instalar allí, en vez de soldados, diez mil niños huérfanos”.
Aquella deprimente situación de los soldados de la tiranía batistiana, era resumida por el jefe moncadista con pocas y sentidas palabras: “Guardias triples, acuartelamiento constante, zozobra perenne, enemistad de la ciudadanía, incertidumbre del porvenir”. Y una afirmación sobre lo ofrecido por el gobierno a los soldados, corroborada después del triunfo revolucionario: “Muere por el régimen, soldado, dale tu sudor y tu sangre, te dedicaremos un discurso y un ascenso póstumo (cuando ya no te importe), y después… seguiremos viviendo bien y haciéndonos ricos; mata, atropella, oprime al pueblo, que cuando el pueblo se canse y esto se acabe, tú pagarás nuestros crímenes y nosotros nos iremos a vivir como príncipes en el extranjero; y si volvemos algún día, no toques tú ni tus hijos en la puerta de nuestros palacetes, porque seremos millonarios y los millonarios no conocen a los pobres” (…).
Desde el mismo día del triunfo del 1ro. de enero de 1959, esos criminales cuyas riquezas y abusos fueron defendidas por los soldados, marcharon hacia los Estados Unidos, donde fueron recibidos como héroes. Los que no tuvieron la oportunidad de salir y habían cometido crímenes pagaron por ellos ante la justicia revolucionaria.
Sólo los soldados involucrados en esos crímenes, fueron sometidos a los Tribunales Revolucionarios. La inmensa mayoría de los integrantes de ese ejército quedaron en libertad, con la oportunidad de integrarse a la sociedad con los mismos derechos que los demás ciudadanos. La Revolución fue valiente en la lucha y generosa en la victoria.
Así, sin temor a equívocos, puede afirmarse que los revolucionarios cubanos lucharon también por la libertad y el bienestar de quienes sostenían la estructura social que oprimía al pueblo y contra quienes fue necesario combatir durante siete largos años, a un costo de 20 000 cubanos muertos.
Hoy en Cuba la realidad es muy distinta. El ejército es el pueblo y el pueblo es el ejército. Somos el pueblo uniformado al cual se refirió el Comandante Camilo Cienfuegos.
Es ese uno de los grandes frutos del amanecer glorioso de aquel domingo 26 de Julio de 1953.