Había nacido en Encrucijada, entonces provincia de Las Villas, el 20 de octubre de 1927, en el seno de una familia humilde, de procedencia española. Su padre, trabajador del central Constancia, de esa localidad, el mismo donde desarrolló muchas de sus actividades en defensa de los trabajadores el líder obrero y comunista Jesús Menéndez Larrondo.
En ese central, Abel trabajó como mozo de limpieza y despachador de mercancía y posteriormente como empleado de oficina.
A los 20 años de edad, el joven Abel pasó a residir en La Habana, donde comenzó a abrirse paso, simultaneando el estudio con el trabajo. Laboró en la Textilera Ariguanabo y posteriormente en una agencia que representaba en Cuba a la firma de automóviles Pontiac, en función de contabilidad, carrera que cursó hasta el tercer año.
Sus inquietudes revolucionarias lo llevaron a las filas de la Juventud del Partido Ortodoxo. Y es en mayo de 1952 cuando conoce al también joven revolucionario Fidel Castro. Desde entonces, los dos establecieron una sólida amistad que dio paso a los quehaceres de la organización de un movimiento clandestino para luchar contra la tiranía de Fulgencio Batista.
Desde el mismo inicio de los preparativos del asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, Abel Santamaría, por sus cualidades, ascendió al cargo de segundo jefe de esa heroica acción, materializada el 26 de Julio de 1953.
Como parte de los preparativos, estuvo en Santiago de Cuba los días previos al combate, desarrollando una febril actividad organizativa y de aseguramiento junto a Renato Guitart Rosell, único de los futuros asaltantes que para esa fecha residía en esta ciudad.
Llegado el momento de la acción, Abel fue designado por Fidel al frente del grupo que tomaría el Hospital Civil y desde allí combatiría. Antes de la partida, en la Granjita Siboney, las palabras de Abel Santamaría a los combatientes infundían firmeza y convicción.
“Es necesario que todos vayamos mañana con fe en el triunfo; pero si el destino nos es adverso, estamos obligados a ser valientes en la derrota, porque lo que pase en el Moncada se sabrá algún día, la historia lo recogerá y nuestra disposición a morir por la Patria será imitada por todos los jóvenes de Cuba. Nuestro ejemplo merece el sacrificio y mitigará el dolor que podamos causarles a nuestros padres y seres queridos. ¡Morir por la Patria es vivir! ¡Libertad o Muerte!”
Melba Hernández, heroína del Moncada, recuerda a Abel en esos días, en la Granjita Siboney:
“Allí Abel hablaba. Era muy apasionado y hablaba de sus impresiones sobre Santiago de Cuba y sobre los santiagueros. Decía que cumplida la misión de derrocar al tirano, él no se iría nunca de Santiago de Cuba, que se quedaría junto a los santiagueros, que aquél era su lugar. Ese fue el objetivo de Abel, vivir en Santiago de Cuba, con los santiagueros”
En su alegato de autodefensa La historia me absolverá, al referirse al grupo de combatientes del Hospital Civil, asesinados luego de ser hechos prisioneros, plantearía el jefe del asalto al Moncada: “Con ellos estaba Abel Santamaría, el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante el pueblo de Cuba”.
La caída de Abel Santamaría fue un rudo golpe para la Revolución y particularmente para su familia. Su hermana Haydée, también heroína del Moncada, desde su prisión tras el asalto, escribiría a sus padres:
(…) Abel fue, es y será ese hijo que no envejece, siempre seguirá con su cara tan linda, siempre seguirá para ustedes, para todos nosotros con su fuerza, con su infinita ternura, será quien nos haga ser de verdad buenos, será siempre el guía, y para ustedes, será el hijo más cercano. Piensen bien que ya ustedes han sufrido cambios, cambios tan grandes y bellos, que aunque fuera por eso sólo me conformo, soy casi feliz; Abel los ha hecho cubanos, Abel ha logrado que ustedes amen esta tierra, amen la hermosa tierra donde nació, y creo que es lo único que él amaba más que a ustedes.
“Mamá, ahí tienes a Abel, ¿No te das cuenta, Mamá? Abel no nos faltará jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá, piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho. No permitas a ninguna madre te hable mal de Fidel, piensa que eso sí Abel no te lo perdonaría”.
Los restos de Abel Santamaría Cuadrado se guardan con celo en el cementerio de Santa Ifigenia, en el Santiago de Cuba que él aprendió a querer. En la ciudad y la provincia que lo recuerdan hoy como un eterno joven revolucionario, como paradigma de valentía, de fidelidad y de altruismo.
A los santiagueros y a todos los cubanos, como dijo Haydée, Abel no nos faltará jamás.