Aún se vivían con intensidad las jornadas siguientes a la resonante victoria contra la invasión mercenaria a Playa Girón, en abril de ese mismo año, en tanto el gobierno de Estados Unidos comenzaba a entretejer un entorno continental amenazante para aislar y castigar a la Revolución, por la fuerza de su ejemplo.
Fidel Castro había confirmado la próxima aprobación de la Ley en el multitudinario acto por el Primero de Mayo, realizado en la todavía llamada Plaza Cívica José Martí.
De esta manera se dio luz verde a todos los mecanismos de una plataforma jurídica que instrumentó el adiós a la gestión privada en la enseñanza cubana, sobre la cual se había sustentado de manera irrefutable y vergonzosa un sistema excluyente cada vez más depauperado, casi miserable para los más pobres.
En también decisivas jornadas ocurridas en abril, el Líder de la Revolución había proclamado la elección del camino del socialismo. Entonces, la concreción de la Ley de Nacionalización de la Enseñanza se mostraba coherente con todo lo que venía sucediendo, lo que implicaba la participación activa y el apoyo del pueblo. Quienes vivieron aquel tiempo saben que era masivo el respaldo a la alborada de Enero.
Cuba radicalizaba su proyecto social por convicciones, apremiada por la vida además, con la implantación de leyes revolucionarias y la realización de múltiples programas encaminados a la recuperación de bienes y toda la riqueza nacional, mayoritariamente en manos foráneas desde la república entreguista.
La Revolución había comenzado a sentar las bases, dentro del sector de la enseñanza, desde el mismo año de su triunfo, 1959. Una de las medidas iniciales de esa época fue garantizar el retorno a las aulas de unos 10 mil profesores desempleados y la creación del Contingente de Maestros Voluntarios que llevarían la ilustración a remotos lugares rurales del país.
En 1961 estaban a punto las condiciones básicas para iniciar con paso indetenible la Campaña Nacional de Alfabetización que libraría a los cubanos del flagelo del analfabetismo, a fines de ese propio año. Una hazaña. Apoyarían el gigantesco empeño las Brigadas de Maestros de Vanguardia Frank País, desplegadas por las antiguas provincias de Oriente, Las Villas y Pinar del Río.
El reto podría amilanar a cualquiera, pero no a los cubanos: más de 700 mil analfabetos adultos y unos 600 mil niños en primera infancia carecían de escuelas, como terrible herencia del sistema anterior, derrotado tras poco más de dos años de lucha armada encabezada por Fidel Castro.
Con flagrantes agresiones y actividades terroristas aupadas, organizadas y pagadas por un enemigo muy poderoso, el joven dirigente cubano seguía conectado con la razón de ser de la causa por él defendida.
La cruzada de la Reforma Integral de la Enseñanza, la Ley viabilizadora y también la de la Alfabetización comenzarían en ese año que, visto desde hoy, resulta aleccionador e increíble porque las concepciones de ese Líder siempre rebasaron las contingencias que también enfrentó magistralmente.
Soñaba desde siempre, alentado por Martí y su ideario político, con desatar los diques que aún impedían avanzar a raudales las corrientes de conocimientos para todo el pueblo y principalmente para la niñez y la juventud. Y proyectaba con planes concretos adelantar el camino de una sociedad de hombres de ciencias, cultos y libres, patriotas, solidarios, revolucionarios.
Además de demandar programas específicos y respaldo jurídico, se necesitaba un esfuerzo gigantesco en insumos materiales y participación popular.
No solo había que enfrentarse a la mala fe del enemigo. Tal empeño era retrasado por la falta de experiencia y hasta por los prejuicios inherentes a una sociedad patriarcal y tradicionalista que todavía respetaba costumbres caducas y limitantes de sectores de su población, como las mujeres.
“La Revolución es un cambio profundo, no una tomadura de pelo, no es un engañabobos…”, afirmó el joven Líder en el discurso memorable”.
Por eso la Ley de Nacionalización de la Enseñanza marcó un antes y un después. No solo contenía el imprescindible marco jurídico que sancionaba el definitivo fin de la educación privada y de los viejos métodos de enseñanza. Contenía cinco artículos definitorios de los basamentos que en lo adelante regirían en beneficio del pueblo cubano.
Declaraba la función pública de la enseñanza y establecía la responsabilidad del Estado para ejercerla en todo el territorio nacional a través de los organismos creados al efecto, con arreglo a las disposiciones legales vigentes.
El artículo dos contemplaba la nacionalización y adjudicación a favor del Estado de todos los centros de enseñanza. Igualmente se refería a las directrices y deberes del Ministerio de Educación, con las facultades que en lo adelante tendría.
Mayoritariamente apoyada de manera entusiasta por el pueblo, como las demás, los jóvenes fueron protagonistas principales entre los que acogieron esa legislación de largo aliento, cuyos efectos influirían no solo en los tiempos de su erogación, sino también en el futuro del país. Hoy influyen todavía.
El pensamiento de Fidel de ir mucho más allá que el acontecimiento iluminador y dignificante de la alfabetización, convirtiendo a Cuba en una suerte de gigantesca escuela, no era solo una medida idealista y romántica, tenía que ver con su convicción de que solo la instrucción y el desarrollo de la ciencia y la técnica podrían asegurar la sociedad desarrollada que se necesitaba como base para la nación justa anhelada.
La nacionalización de las escuelas privadas trajo un esfuerzo adicional grande por brindarles a todos los jóvenes y a todos los infantes de Cuba los medios necesarios para poder estudiar en las mejores condiciones posibles, los planes de becas, construcción de escuelas, en fin, un esfuerzo verdaderamente colosal.
Desde entonces, los habitantes de esta Isla batalladora han visto el alcance de esa medida. Han disfrutado de sus beneficios, a veces de manera tan natural, que incluso algunos no lo aquilatan en su real magnitud. Es un privilegio de los cubanos con el que todavía no cuentan todos los ciudadanos del mundo.
Algo sí está muy claro, esa realidad única no va cambiar. Y para que se mantenga se luchará hasta el final.