Fueron mentiras del mismo tamaño de la derrota que los esperaba. Un informe secreto de la CIA expresó pocos días antes del artero ataque: "La posición del régimen de Castro se está volviendo más abierta y más audible. Las clases bajas son ahora activamente opuestas a Castro”.
“Frente a las oficinas del G-2, las filas de detenidos están formadas por las clases más pobres... la carencia de alimentos básicos y de artículos de la casa, que se sienten en todos los niveles de la sociedad, está causando creciente insatisfacción".
Esa mentira la necesitaban, incluso, para hacerles creer a los mercenarios que la invasión sería un simple juego.
Luego de los bombardeos del 15 de abril de 1961 a los aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba, con el fin de destruir en tierra los pocos aviones de combate de la Fuerza Aérea Revolucionaria, además de haber disfrazado las naves agresoras con insignias cubanas, lanzaron para el mundo la mentira de que "Pilotos de la fuerza aérea del primer ministro Fidel Castro se rebelaron hoy y atacaron tres de las bases aéreas del régimen de Castro con bombas y cohetes".
Llegaron a difundir la estupidez de que los milicianos cubanos no pelearían y esperarían como libertadores a los mercenarios, a quienes se sumarían. Hablaron de un "levantamiento anticastrista en la provincia de Camagüey", afirmaron que la Isla de Pinos había sido tomada por los rebeldes y 10 000 prisioneros políticos habían sido puestos en libertad y se habían plegado a la rebelión. Informaron falsos desembarcos por distintos puntos de Cuba, hasta por un supuesto Puerto de Bayamo, que no existe.
Igual propaganda engañosa lanzaron sobre nuestras gloriosas Fuerzas Armadas Revolucionarias. Una declaración bastante difundida afirmaba que "El pueblo, desesperado, con hambre, estaba ya llamando a grito herido de que fueran a liberarlos, que el Ejército Rebelde estaba pasado la mitad; que la aviación se sumaría en el momento oportuno, así como la Marina". Los propios mercenarios ofrecieron esa información, agregando que los habían engañado diciéndoles que Cuba era mandada por los rusos, chinos y checos y los niños eran separados de sus padres y enviados a Rusia.
El propio jefe militar, un capitán de la tiranía batistiana, ya prisionero, afirmó haber sido engañado por quienes lo mandaron en la invasión.
Uno de los tres curas falangistas, convertidos en mercenarios, se atrevió a una proclama al desembarcar: "Atención, atención, católicos cubanos, las fuerzas libertadoras han desembarcado en las playas cubanas, venimos en nombre de Dios".
Fracasada la invasión, las embajadas yanquis en el mundo fueron encargadas de difundir la mentira de que no había sido ejecutada tal invasión, pues se trataba de una operación de apoyo a las bandas contrarrevolucionarias alzadas en El Escambray.
Algunos años posteriores a la derrota norteamericana en Playa Girón, un asesor presidencial norteamericano, escribió por fin una verdad sobre esta historia:
"La realidad fue que Fidel Castro resultó ser un enemigo mucho más formidable y estar al mando de un régimen mucho mejor organizado de lo que nadie había supuesto. Sus patrullas localizaron la invasión casi en el primer momento. Sus aviones reaccionaron con rapidez y vigor. Su policía eliminó cualquier posibilidad de rebelión y sabotaje detrás de las líneas. Sus soldados permanecieron leales y combatieron bravamente".
Sin embargo, le faltó una causa por mencionar: la existencia de un pueblo entero dispuesto a morir de pie antes que vivir de rodillas. O como lo dijo el Comandante en Jefe Fidel Castro en esos días: "Cuba es hoy como una fortaleza rodeada por el imperialismo, defendida por un pueblo heroico, y los heroicos defensores de esta fortaleza ni se venden ni se rinden".