Un 27 de noviembre fueron asesinados los estudiantes de Medicina que inculparon injustamente de violentar la sepultura de un periodista español. Aquel incidente quedó inscrito en la historia como la máxima expresión de la feroz represalia que la metrópoli desató contra los independentistas cubanos.
En un primer juicio, unos quedaron absueltos y otros recibieron penas menores, pero la furia del Cuerpo de Voluntarios y la inmoralidad del gobierno colonial español se combinaron para anular la sentencia. En un segundo juicio, verdadera farsa caracterizada por la maldad y donde no se pudieron demostrar evidencias de la acusación, se decidió condenar a 8 de ellos a la pena de muerte.
Pero claro, ya se empezaban a gestar las primeras acciones insurreccionales y el espíritu estudiantil ya se olía entre los jóvenes, aquella farsa no fue más que miedo y ganas de desquitarse con los que no pudieron defenderse.
Cuánta impotencia la de esas familias a las que le arrebataron sus hijos, cuánto dolor en esas aulas que quedaron sin aquellos muchachos inquietos e hijos de sus tiempos, nacidos en estas tierras formadora de titanes.
Es válido reconocer el trabajo perenne de quien estuvo implicado en los sucesos y salió ileso, Fermín Valdés, quien fuese amigo entrañable de José Martí y años más tardes escribió un libro sobre los acontecimientos ocurridos ese día, además, de encontrar los restos de sus compañeros, porque sus cuerpos fueron depositados en una fosa común sin ser entregados a sus familiares.
También la de algunos profesores que con valentía se opusieron a que sus alumnos fuesen apresados, al del capitán Francisco Capdevilla que defendió a los muchachos en el juicio y a otros que intentaron salvarle la vida a los implicados.
Por eso nos negamos a olvidar y cada año la nueva generación de estudiantes de Medicina salen a las callen, en una sola marcha para recordarlos.
Ellos son la muestra de la injusticia, el odio y el barbarismo de quien somete la libertad de tu país.