Son las 8:00 horas de un lunes cualquiera en el centro urbano Abel Santamaría, de Santiago de Cuba.
Quienes vivimos aquí, a unos 5,5 Km de la ciudad, comprendemos en toda su dimensión la importancia de "clasificar" en una verdadera batalla por lograr espacio (aunque no sea un asiento) en algún vehículo que nos salve el día. Y esa es la tarea que asume Tuto: hacer que las personas lleguen a su destino, sin más salario que alguna propina, o lo que más recibe: la gratitud de la gente.
Entonces es inevitable la ternura, o cuando menos la simpatía hacia este personaje de ciudad, antaño
"cantante e instrumentista", virtuoso domador de fantasías que la gente tildaba de locura.
Yo era una niña la primera vez que lo vi. Bailaba frenéticamente y hacía sonar unos cacharros como si de aquella improvisada percusión le salieran las ganas de vivir. La gente hablaba de su show y de cómo se ganaba la vida con el dinero que recogía con su gorra como suele pasar con muchos artistas callejeros.
La gente le pedía que hiciera unas llamadas, y él dilataba las interpretaciones, quizás porque sabía que el momento más anciado merecía la espera de su público. La calle se llenaba, las risas inundaban todo cuando le veían jaranear y tratar con cercanía de hermano a figuras prominentes de la música cubana como Adalberto Álvarez, Juan Formell o Cándido Fabré. Con ellos sostenía interminables diálogos imaginarios por medio de un teléfono viejo... Entonces, los transeúntes se detenían a devorar la escena que parecía un juego de niños, y que tanto disfrutaba nuestro "artista"...
Hace algunos años que dejó sus espectáculos. Ya no se escucha en la calle más populosa de Santiago el repiquetear de casuelas y maracas junto a su voz ronca, que a nadie le era indiferente.
Ahora estamos todos más añosos, y Tuto ha cambiado Enramadas por las paradas más concurridas. No le desvelan los músicos que alcanza la cima de la popularidad. Le preocupan los choferes indolentes, los que ven las paradas llenas y siguen de largo con sus vehículos vacíos o con espacio suficiente para llevar a algunos más.
Con un viejo y maltrecho atuendo azul oscuro, semejante al uniforme de los inspectores populares de los puntos de embarque, tablilla en mano, Tuto baja de la acera para dar la señal de detenerse a los carros estatales. Así, unas veces con éxito y otras con mucha perseverancia, ayuda a las personas a encontrar transporte. Cuando más recias son las limitaciones de combustible y la gente "hierve", entre el tedio y la ansiedad, en los horarios pico, se hace más grata su presencia...
Una sabe que muchos conductores aminoran la velocidad creyendo que es realmente un inspector popular y cuando lo identifican ignoran el llamado; pero también los hay que se detienen y recogen a quienes esperan algo para trasladarse.
Pensando en estas cosas se me escapa el tiempo. Son las 8:46 de este lunes cualquiera, y la gente se ha ido en lo que pudo... Sólo quedamos tres, y Tuto vuelve a la carga "¡Para, paraaaaaa!". El chofer detiene la guagua, saluda a nuestro amigo y subimos todos.
Dicen que es un personaje pintoresco de nuestra ciudad... Pero es un cubano que sobrevive. Cuando
soplan los vientos de la escasez, y como brasas en las manos quema el individualismo, benditos son los que haciendo el bien llevan alimentos a la mesa.