Pero ahora está así: desde que sufrió un infarto cerebral, hace casi dos meses, tiene dificultades para andar, padece demencia y necesita ayuda para ir al baño, vestirse, alimentarse… Ella se multiplica, no le queda otra porque nadie ha vuelto a visitar a “papá”. Todos están demasiado ocupados y, como es la única mujer entre los hermanos, creyeron que era su obligación cuidar del señor, como si su salario de maestra, su tiempo y sus fuerzas, a los 61 años, fueran suficientes asumir sola la responsabilidad de todos.
¿Y quién la cuida a ella? ¿Quién sabe de sus esfuerzos para no faltarle a su padre ni a sus alumnos? Cuidar es un deber para con los demás; contribuir al bienestar de los otros, incluso de los desconocidos, debiera ser una premisa para todos los seres humanos. Ser cuidado es un derecho, tan importante para quienes enferman o viven en situación de discapacidad, como para las personas que asumen el rol de proteger, acompañar y apoyar.
Por eso, cuidar y ser cuidado es un asunto público que require políticas efectivas para suprimir inequeidades y respaldar a quienes proveen atención y a quienes la necesitan.
Con remuneración o no, el trabajo de sostener la vida de otra persona ayudándole a bañarse, comer, moverse; preparando sus alimentos, higienizando sus pertenencias y su entorno; o estando pendiente de sus necesidades materiales y espirituales, ha sido realizado históricamente por mujeres.
De igual forma, los cuidados relacionados con labores domésticas, compras para satisfacer las necesidades de la familia y otras responsabilidades recaen generalmente en las madres, abuelas, hermanas, tías…
Así lo ratifica la Encuesta Nacional de Igualdad de Género de 2016, según la cual las mujeres con vinculación laboral dedican casi 10 horas más que los hombres en igual situación, al trabajo no remunerado en la casa. Un dato que ilustra las diferencias es que de 964 personas que se vieron obligadas a abandonar su empleo para cuidar, 802 eran mujeres.
Para el Centro de Estudios de la Mujer el tema de los cuidados es objeto de investigaciones. A decir de Yelene Palmero, especialista de esa institución, “a lo largo de la historia, el sistema patriarcal ha generado una división sexual del trabajo e inequidades de género: se ha impuesto a las mujeres el rol de cuidadoras. Esto implica para ellas una menor disponibilidad de tiempo para realizar otras actividades y las cifras lo demuestran: las mujeres en Cuba utilizan más de 21 horas semanales en las labores domésticas y de cuidados, mientras los hombres emplean menos de la mitad en ello”.
Las consecuencias de tal disparidad influyen considerablemente en las posibilidades de participación social de buena parte de la población femenina; limita su autonomía económica y tiene un impacto en la salud física y mental. Estos efectos se agudizan cuando los ingresos son insufientes, pues las condiciones desfavorables suelen ir en detrimento de su tiempo, de su alimentación y exigen un esfuerzo mayor.
Urge visibilizar, sensibilizar y concienciar a la sociedad sobre este asunto y avanzar en la creación de un sistema integral para el cuidado de la vida, pues constituye una necesidad para responder a los desafíos de la dinámica demográfica de la nación. Es importante hacer valer los mecanismos existentes para suprimir las inequidades de género en el ámbito de los cuidados, en consonancia con el quinto objetivo de desarrollo sostenible de la Agenda 2030 y con el Código de las Familias cubano.
Nadie tiene derecho a dejar en manos ajenas lo que también es su responsabilidad y resulta inaceptable que, además, sea el género la razón para imponer el sacrificio que esta labor conlleva. No vale escudar en el amor tal omisión. No ama más quien más sufre; ni es la mujer un ser naturalmente destinado para cuidar de los demás.