Las ansias por descabezar el antimperialismo que emergía en el continente eran tantas, que no valoraron las consecuencias de sus actos y cegados por la ira, lo mutilaron e intentaron ocultar su cuerpo, como si la carne valiera más que la obra que dejaba el Guerrillero Heroico.
Ya el Che diplomático había brillado en la Organización de Estados Americanos y en la Asamblea General de Naciones Unidas, ya se había mostrado antimperialista y socialista, despuntaba el líder que a costa de su propia vida intentaría ayudar en la liberación de un continente sumergido en la neocolonización.
Asesinar al Che sirvió para mitificarlo, hacerlo leyenda y hasta fomentar una creencia en su espíritu que llevó a nombrarlo San Ernesto de la Higuera; nada podía detener o limitar la influencia de sus ideas porque simbolizó lo que estaba atorado en la garganta del indio, el criollo, el campesino, y cuando se habla en nombre de muchos, es muy difícil de acallar esa voz.
Aun así no pudieron esconder su cuerpo, 30 años después regresó a decir de Fidel, al frente del “Destacamento de refuerzo”. Pareciera que la promesa de Túpac Katari se cerrara en un ciclo perfecto, Che volvió hecho millones, multiplicado en quienes ven en él ese paradigma de hombre nuevo que nos legó.