Así es el campesino cubano, humilde, solidario, amantes de las estrellas, del sol, de la lluvia, conocedores de la tierra como ninguno, trabajadores por excelencia, quienes acompañan el azadón y la guataca de una oportuna décima.
Nada más sano que el aire puro del campo, ese que oxigena, que limpia hasta el alma; allí donde la vida no conoce lujos pero sí de trabajo duro, donde se labra la tierra y no falta el plato en la mesa; familias que se caracterizan por ser laboriosas y generosas siempre.
Cuando visitas sus hogares no falta el traguito de café caliente de colador, ese que puede ser fuerte pero también clarito para degustar con un pan recién hecho, ese que se bebe en el jarrito de aluminio mirando la salida del sol.
Con su sombrero de yarey y sus botas de trabajo, descubren el amanecer en el camino y el atardecer ya de regreso a casa, donde un taburete lo espera para unos minutos de descanso.
Hoy podemos festejar en su día, hacer honores a quienes celebran la vida de manera especial, pues viven para producir y servir, y ponen en alto cada día el trabajo honrado, quienes celebra el nacimiento de cualquier cría y lamentan como nadie la pérdida de una cosecha.
Felicitaciones a todos aquellos que despiertan con el canto de los gallos y el rocío de la mañana, los que se enorgullecen de vivir allí, donde las montañas son más altas, donde la lluvia y el sol bendice el trabajo honrado.