Hay marcadas huellas en la identidad de nuestro pueblo desde antes del año 1492. No fue Cristóbal Colón quien introdujo palabras como: taíno, mamey y bohío a nuestro dialecto popular, o quien pasó la receta del casabe de generación en generación hasta el día de hoy. En el año 1492 los primeros habitantes de Cuba: los aborígenes, habían puesto las bases para lo que luego sería el diverso conjunto de nuestra identidad.
La cultura española, africana y la aborigen se unieron y dieron a luz a la herencia de tradiciones, música, festividades, religiones, estilos, bailes y también los rasgos físicos que tenemos como cubanos.
Cuba no es sólo un país en forma de caimán dormido. Cuba es una tierra grande, llena de gente simple, calurosa en su manera de acoger y resiliente.
Símbolo de Cuba son las calles de las ciudades o los llanos de los campos, llenos de niños que amontonan sus chancletas en una esquina para jugar descalzos al “topao” o a la pelota. Es un “asere ¿qué bolá?” como saludo. Es el acogimiento de los vecinos entre ellos. Es una mujer jabá, un hombre negro, un anciano blanco, un niño de ojos chinos y pelo lacio.
Cuba es más que un pedazo de tierra. Cuba es su gente.