Defiende Martí a este país centroamericano, frente al apetito de los Estados Unidos. Con mucha razón afirma que en América hay solo dos pueblos. “De un lado está nuestra América, y todos sus pueblos son de una naturaleza, y de cuna parecida o igual, e igual mezcla imperante; de la otra parte está la América que no es nuestra, cuya enemistad no es cuerdo ni viable fomentar, y de la que con el decoro firme y la sagaz independencia no es imposible, y es útil, ser amigo”
Y agrega: “Pero de nuestra alma hemos de vivir, limpia de la mala iglesia, y de los hábitos de amo y de inmerecido lujo. Andemos nuestro camino de menos a más y sudemos nuestras enfermedades”. Es cuando vierte su criterio sobre la grandeza de los pueblos. Y apunta que el pueblo más grande no es aquel en que una riqueza desigual y desenfrenada produce hombres crudos y sórdidos, y mujeres venales y egoístas, sino, cualquiera que sea su tamaño, aquel que da hombres generosos y mujeres puras. Sentencia que la prueba de cada civilización humana está en la especie de hombre y de mujer que en ella se produce Se refiere a la pena causada por la forma en que Honduras había venido entregando a “la gente rubia que con la fama de progreso le iba del Norte” las empresas del país. Plantea que “todo trabajador es santo y cada productor es una raíz, y al que traiga trabajo útil y cariño, hay que abrirle hueco ancho, como a un árbol nuevo, venga de donde venga; pero con el pretexto de trabajo, y la simpatía del americanismo, no han de venir a sentársenos sobre la tierra, sin dinero en la bolsa ni amistad en el corazón, los buscavidas y los ladrones