Es ese el caso de la advertencia convertida en realidad a las milicias hutíes –de Yemen– que, iniciada la masacre israelí contra los palestinos de Gaza, exigieron a Israel que debía poner fin al crimen o, de lo contrario, serían atacados los barcos que navegaran por el Mar Rojo, rumbo a Israel.
Como era de esperar, Israel hizo caso omiso al aviso y su amo estadounidense, junto a otros países europeos, optaron por bombardear localidades yemenitas controladas por ese movimiento.
Los ataques de esta semana contra Yemen fueron precedidos de acciones militares conjuntas entre Estados Unidos y el Reino Unido, lo que provocó la ampliación del conflicto en la zona.
Una vez más, el Gobierno estadounidense, incapaz de obligar a Israel a poner fin al genocidio, se autodenomina policía mundial y echa leña al fuego en una guerra que ya traspasa la frontera palestina.
El Gobierno israelí bombardea al Líbano porque, desde allí, el movimiento Hezbolá exige el cese el fuego en Gaza, y lanza cohetes de advertencia como medida de presión.
También realizan acciones militares contra Irán, porque el Gobierno de Teherán se solidariza con la causa palestina.
Es un verdadero ambiente de guerra que Israel protagoniza mientras, desde Washington, se le envíe dinero y armas. Naciones Unidas no le preocupa a los sionistas; allí nunca se les podrá condenar, debido al veto estadounidense en el Consejo de Seguridad.
De vuelta a Yemen, los ataques dan continuidad a la política sionista de Tel Aviv y a la convicción estadounidense de proteger a su punta de lanza en la región del Oriente Medio.
El Mar Rojo es, ahora mismo, zona de guerra. Por esta vía se traslada el 12 % del comercio mundial. De acuerdo con reportes de The New York Times, las compañías navieras y petroleras están evitando la ruta, y han optado por circunnavegar el continente africano, desvío que suma 4 000 millas y diez días adicionales y, por supuesto, provoca un aumento en el precio del petróleo.