En el referido apartado, presentan el largometraje jordano Farha (Darin J. Sallam, 2021), una película con andadura en 40 festivales desde su arranque en Toronto hace tres años, candidata por su país al Oscar en la categoría de Mejor Filme Extranjero en 2022, y blanco de un agresivo ataque promovido por la cúpula sionista. Tel Aviv la consideró ¡difamatoria!, por la única escena de crímenes que posee.
La ópera prima de la realizadora jordana de origen palestino se ambienta en 1948, durante los días de la Nakba (Catástrofe), periodo en el cual 800 000 palestinos fueron expulsados, o debieron huir de sus hogares, como consecuencia del nacimiento del Estado de Israel, que los obligó a ello, sin otra alternativa que la muerte.
En verdad, pese a toda la evocación dolorosa a la cual conlleva, la película es muy contenida –trabaja más sobre la sugerencia– en su aproximación a esa ignominia histórica, precursora de una imparable hilera de atrocidades, de esas que ahora acontecen cada día en Gaza.
Farha es una adolescente, cuyo único objetivo consiste en instruirse. Darin J. Sallam lo deja manifiesto desde la secuencia de apertura. Mientras sus compañeras juegan, cantan y recogen higos junto a la fuente, ella lee un libro. Luego, un clérigo y su propio padre le hablan de matrimonio; pero ella lo que pide es que le permitan estudiar.
A la larga, ni Farha ni sus amigas tendrán juegos, bodas o estudios. Todo cambiará en muy pocas horas, cuando el Ejército israelí invada y saque a las personas de sus hogares, a punta de bayonetas.
Casi en la antesala de que esto suceda, el padre de Farha la encierra en un cobertizo, y le ordena permanecer allí, hasta su regreso. Ello sucede al minuto 27, y transcurrirá hasta el 92, cierre del filme, cuando la muchacha logre salir. Será, a esa altura, la única presencia viva en una aldea, cuyos habitantes fueron exiliados o aniquilados.
El cerrado cobertizo se convierte para Farha en un puesto de observación de cuanto sucede en el exterior. Lo hace a través de rendijas en las tablas, pequeñas claraboyas de luz desde las que ve las escaramuzas, huidas y asaltos. Y hasta un parto improvisado.
La recién parida y su familia serán exterminadas a continuación, ante los ojos de Farha. Supone el momento de mayor intensidad dramática y tensión de la película, en el cual se expone la práctica genocida eterna del nazi-sionismo en Palestina.
El mayor aporte artístico y político del filme radica en la proposición, simbólica e inteligente, de la directora Darin J. Sallam, de transfundir al espectador en el propio personaje de Farha. Nosotros somos Farha. Nuestro cobertizo hoy día son los reportes televisivos, las noticias, las redes sociales. Vemos, sentimos, padecemos el crimen; aunque sin poder hacer nada, porque la barbarie continúa.
A diferencia de Farha, ahora contamos con el poder del rechazo y la protesta. Pero eso no ha impedido, todavía, que cese el exterminio.