No pretendo ir a detalles. Solo acerca del agobiante calor, del enjambre de mosquitos y del peligro que gravita sobre miles de equipos electrodomésticos con el quita y pon de la corriente, se pudiera estar hablando o escribiendo días enteros.
Conocido es el déficit de petróleo que sigue perjudicando de manera brutal e incrementada al país. Dicho sea de paso, ese petróleo no llega regalado a Cuba; la nación tiene que comprarlo, muchas veces sorteando una verdadera madeja de minas sembradas por Estados Unidos en la arena del comercio internacional, que a la postre tardan y retardan su arribo a nuestros puertos y encarecen los gastos. Eso se sabe.
Pienso, sin embargo, que, incluso teniendo suficiente disponibilidad de combustible, probablemente no tendríamos la holgura de tiempos pretéritos.
No es preciso ser experto para comprender que el contexto ha cambiado mucho dentro del universo de usuarios. Preguntémonos cuántas personas han decidido ejercer el trabajo por cuenta propia en sus hogares o en locales arrendados, en actividades que requieren consumo de corriente.
Pensemos cuántas cafeterías, pizzerías, panaderías privadas, merenderos, paladares, restaurantes han sido abiertos en los últimos años, por solo hablar del ámbito gastronómico, y no ir al giro de carpinteros, poncheros, fregadores de autos, zapatilleros, soldadores, chapisteros, reparadores de medios eléctricos…
¿Tiene idea usted de cuántos refrigeradores se han sumado, cuántas neveras, ventiladores, equipos de aire acondicionado, cocinas eléctricas, batidoras, microondas, turbinas para llenar y rellenar piscinas, para subir agua a tanques elevados o para «chuparla» del insuficiente flujo interno de las redes hidráulicas?
No sé si habrá pensado en la cifra de motos eléctricas que han entrado al archipiélago y necesitan carga casi a diario, o en cuántos bombillos, lumínicos y otros elementos de iluminación o de decoración se han añadido por doquier.
Todo eso significa consumo, en medio de una situación en la que no todos son austeros, e incluso una buena parte clasificaría entre los derrochadores.
Si ese incremento constante de consumidores tuviera lugar en un momento tecnológica e infraestructuralmente favorable, digamos con la instalación de una nueva y moderna termoeléctrica, o con la posibilidad de darles adecuado mantenimiento y reparación a las existentes, o de ampliar sus capacidades, la situación sería otra, pero usted y yo sabemos que no es el caso.
Más allá de cuantas insuficiencias reales, errores, falta de previsión y otras agravantes queramos relacionar, hay una verdad incuestionable: ha crecido y continúa en aumento el consumo hogareño, social, institucional, y seguimos guapeando con los mismos hierritos de ayer, de siempre, muchas veces con diésel nacional: amargo, pero nuestro.
Con razón, en la búsqueda impostergable de soluciones, el país trata de fomentar el uso de la energía solar, la eólica y otras alternativas que vayan transformando poco a poco la matriz, paliando la situación y creando bases para un futuro que no puede seguir sustentado, y mucho menos dependiendo del combustible fósil.
¿Y qué me toca hacer a mí, como ciudadano?, se preguntará usted.
La respuesta, no académica ni especializada, sino lógica, está clara como la luz: no derrochar cuando tenemos servicio, y poner un granito de positiva energía en el asunto, para avanzar hacia el esperado momento en que haya menos apagones y, en consecuencia, este enjambre de mosquitos o el agobiante calor que nos asfixia hayan quedado electrocutados en los peldaños de un tiempo pasado.