Santiago de Cuba,

Por criterios tan autóctonos como diversos

01 March 2022 Escrito por  Yuzdanis Vicet Gómez

Es inevitable tener la posibilidad de escribir en este medio y hacerlo cuando está en pleno apogeo el debate social en torno al Proyecto del Código de las Familias, sobre el que hoy se aclaran dudas y se recogen criterios en consultas populares donde tenemos derecho a participar todos, según establece la ley.

No es menos cierto que el paso cultural que tratamos de dar en nuestra visión y práctica social es enorme, respecto a lo que legal y tradicionalmente ha regido en Cuba desde que nos identificamos como nación, de hecho, el código que se propone pondría la sociedad cubana a la altura de las más modernas en cualquier latitud.

Cuando se trata de un cambio tan radical, no se puede esperar que pase desapercibido por un pueblo que muchos medios y tiempo ha tenido para estudiar, para conocerse a sí mismo, y en los últimos años, hasta empaparse de cómo se vive y se piensa en materia de relaciones sociales e institucionales fuera de fronteras.

Entonces que haya debate no es una anomalía, es una reacción esperada y deseada incluso por los más optimistas y precursores de lo que hoy se somete a análisis; lo que sería una anomalía, muy dañina por cierto, es una sociedad haciendo mutis y asintiendo, con eso solo se haría evidente el desconocimiento del proyecto.

Más lacerante para el país sería que nos diluyéramos en confrontaciones de opiniones y criterios, como respuesta a campañas que desde el exterior tratan de dividir y NO precisamente buscando el bienestar familiar ni el respeto a los derechos de todos los grupos sociales, pues definitivamente la intención no es buena cuando se descontextualizan fragmentos para desinformar o se apela a la vieja fórmula que desembocó en la Operación Peter Pan.

Como me lo permite este género periodístico, emitiré mi propia opinión sobre el Proyecto del Código de las Familias: Soy de origen campesino, criado por dos abuelos que desde niño me enseñaron los trabajos más rudos del campo (para suerte mía).

Pero también aprendí que cuando llegaba un adulto a la casa debía irme a jugar al patio, que no podía intervenir en las conversaciones de los adultos, que era prohibido contradecir, pedir, exigir ni aceptar nada si antes no tenía la autorización. En mi presencia no se hablaba de religión, sexo, política... por lo que todo el conocimiento y las habilidades para establecer relaciones sociales tuve que agenciármelo después que cumplí 14 años porque me fui para una escuela interna a 45 km de mi casa.

Dicho esto se pudiera pensar que soy de los que se resiste al cambio, por mi formación y educación familiar, sin embargo no me cuesta entender los derechos de los niños y adolescentes que hoy se promueven, tampoco los que se les reconocen y protegen a la diversidad de orientaciones e identidades sexuales que convergen en la Cuba de hoy, los dos puntos calientes del proyecto; incluso me complace que las familias como aquella en la que me crié, conformada por los abuelos y los nietos, sean reconocidas en el nuevo código.

Entiendo perfectamente, que no se les quita derechos a los padres sobre los hijos para otorgárselos al Estado, sino que se respetan los de los pequeñines de forma progresiva para ayudar a una formación cognitiva más plena; pensar que los niños podrán decidir hacer algo que por su inocencia no entiendan que es nocivo para su integridad física y síquica, sería una interpretación aberrante y les aseguro que hasta eso he escuchado decir a personas que evidentemente son “músicos de oído”.

Hoy el debate es bienvenido, pues es la única forma de encontrar el consenso social, quien tema al disenso que conduzca a más argumentos y a perfeccionar un Proyecto del Código de las Familias, cuya premisa es apostar por la unidad desde el respeto a las particularidades de cada grupo, está leyendo revistas viejas y debe actualizarse, pienso que lo que sí tenemos que lograr a toda costa, es que se defiendan criterios tan autóctonos como diversos.

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