El deceso de Bonne Castillo ocurrió en el Hospital Clínico Quirúrgico General Juan Bruno Zayas, donde era asistido desde hace varias semanas cuando su salud comenzó a deteriorarse.
Con la muerte de Enriquito (Enrique Alberto Bonne Castillo, San Luis, 15 de junio de 1926), como cariñosamente le llamaban al compositor a pesar de sus más de nueve décadas de vida, se cierra un capítulo esplendoroso de la música cubana, pues su labor autoral siempre enriqueció el universo sonoro en el país, casi hasta el minuto final de su existencia.
Entre sus numerosos reconocimientos, Bonne era acreedor del Premio Nacional de Música, Premio Nacional de la Televisión, Premio Internacional Casa del Caribe, Excelencia Musical de los estudios Siboney, de la Egrem…
Por decisión personal del propio Bonne, sus restos serán incinerados.
Es bien difícil para quienes lo conocieron de cerca acostumbrarse a la idea de que ya no está físicamente entre nosotros, este hombre que era toda una cátedra no solo del pentagrama sino de las relaciones humanas pues era una de las figuras musicales más queridas por el público cubano.
Siempre lúcido, emprendedor y por encima de todo campechano y muy santiaguero, el creador de temas inolvidables como “Dame la mano y caminemos”, “Que me digan feo”, “Yo no quiero piedra en camino” inició su carrera artística en el perfil autoral en 1950 y en 1951 graba el cha cha cha “Italian Boy”, en la voz de René del Mar con su conjunto y en La Habana, a cargo de la orquesta Hermanos Castero.
Ya en 1953, la orquesta de Mariano Mercerón incluye en su repertorio el tema de Bonne Castillo, Chachacha de la Reina, este interpretado por su entrañable amigo Pacho Alonso, quien años más tarde se encargaría de elevar el ritmo pilón a la categoría de “himno” entre los bailadores.
Luego de 1959, Enrique Bonne se dedica más y más a la música; graba varios números, y organiza a principios de la década de los años 60 su antológico grupo Tambores de Bonne, célebre por su impacto en las festividades del Carnaval aquí, en la antigua provincia de Oriente, en la Capital y otros sitios del archipiélago.
En su dilatada existencia prevaleció siempre su estirpe de hombre muy popular, fiel a su país y a su terruño santiaguero; amado y respetado por el pueblo, que así lo convirtió en un paradigma.
La partida física de Enrique Alberto Bonne Castillo priva a la cultura santiaguera en particular, y a la cubana en general, de un ídolo en la composición que será recordado siempre por generaciones. Y quizás ahora con más intensidad.
Imposible abarcar en tan pocas líneas, una labor creativa de décadas y que hace mucho traspasó también la frontera cubana para ser cantada por voces reconocidas en los escenarios internacionales, y por las principales agrupaciones de este país: Aragón, Van Van, Original de Manzanillo, Pacho Alonso…
Luego habrá tiempo para recrear nuevamente, sus historias, su nexo eterno con Juana Elba, sus anécdotas que embelesaban a quienes lo visitaban en su hogar del reparto Sueño; sus cuentos sobre cómo surgió el “pilón” o cómo hizo “A cualquiera se le muere un tío”, “Confidencial”, “Granito de arena”, “Se tambalea”, “Míralo aquí”, “Guajira simalé”… la inolvidable “Usted volverá a pasar”…
Claro que duele despedir a Enriquito Bonne; saber que no tendremos más su saludo telefónico en fechas señaladas; su conversación tan seria y profunda sobre los temas más diversos… Pero hay que agradecerle que nos dejara su tesoro más preciado: su música y sus canciones. Y esa manera tan suya de mirar la vida que lo hizo expresarle a alguien hace casi una década y ante el inexorablemente cercano fin:
“Quisiera irme así como estoy. Quisiera irme oportunamente, y que cuando me fuera me recordaran como soy y como estoy. Que me recuerden con conga porque fui un gozador”.