Pero lo peor quizás no sea la contaminación acústica o la falta de decoro, sino el cómo calan el alma y la mente de los residentes del barrio y los transeúntes, las letras vulgares y promiscuas de las canciones. El debate de los reguetones, sus artistas, movimientos culturales y los efectos que están ocasionando en el mundo real y virtual, no es una discusión nueva ni
resuelta. Si bien es cierto que el género musical es una forma de expresión y de búsqueda de desarrollo económico y social, no puede seguirse justificando lo que en ocasiones se emplea como fin para corromper algo más que valores y principios: la dignidad del hombre.
“Si peleamos en la cama es donde mejor yo me desquito/ qué ropa puedes vestir si desnuda es que te necesito”.
“Yo te dejo libre/ pa que tú te sueltes la mía/ Me gusta todo de ti/ pero todo es hasta un día/ me diste algo, pero tú nunca me diste lo que yo quería”.
“Es que tú me partes, p...”; “Bajaste de categoría, ya no eres caliente, eres fría”, letras de canciones de artistas cubanos, otras expresiones reiterativas en más de una composición, que se tararean en parques, discotecas, y hasta en la hora de la comida. Todas son el reflejo de un verbo de violencia, sexismo, machismo, acompañadas con videos con contenidos voyeuristas, que irrespetan y descarnan a la mujer en el sentido más nocivo para las futuras generaciones, algunos de los cuales ya reflejan en la vida real lo que aprenden, reproduciendo las enseñanzas de las industrias culturales dominantes.
Ya no son solo los extranjerismos que promueven un estilo de vida diferente, con Carold G y Shakira facturando, sino la promoción de una identidad masiva diametralmente opuesta a nuestra identidad nacional. Pero las féminas siguen en el centro del huracán de estas músicas, en una sociedad que promueve la protección de los derechos de la mujer, y quien le
ha dado un lugar sublime a todas en la vida del país. Es una contradicción que cosas como esta ocurran, y cada vez la preferencia a las tendencias van acompañadas de las modas que publicitan, como el alcoholismo, el sexo, las drogas, la banalidad, la promiscuidad...
Y sí, hay géneros musicales atractivos como la bachata, el merengue, la salsa, el casino, la discoteca, pero en Santiago somo s la cuna del Son, el bolero, la trova, la conga...; pero no todo debe ser solo una gala cultural o una Casa de la Trova, o un evento para que sea escuchado y preferido por los jóvenes. Hay que cultivar en la vida cultural de la ciudad la apreciación de estas cosas que también son buenas.
En la casa los padres ponen a bailar una letra de reguetón a niños de 5 años que aprenden desde temprano qué cosa son los genitales y para qué se utilizan, y lo aprenden de la peor manera, con una malicia que rasga la fragilidad de la inocencia. No se tiene ni idea de la huella que deja para la convivencia en la escuela y la sociedad.
Ya no son pocos los adolescentes a plena luz del día sin el visto bueno de los padres, que concurren fines de semana en centros de ocio para compartir gustos por prácticas que nos hacen cuestionarnos a nosotros mismos como guías. Lo foráneo no es sinónimo de bueno para la educación futura de nuestros hijos, y lo autóctono no puede tampoco convertirse en un reflejo
de algo que tampoco queremos. Ser menos músicos de oídos, y empezar a cuestionarnos lo que ocurre a nuestro alrededor cuando suena esa letra,
puede ser el comienzo de intentar subsanar las consecuencias.