Este 1ro de junio, Día Internacional de la Infancia, su historia es un vivo ejemplo de cómo el deporte, la familia y los sueños pueden dibujar un mañana lleno de armonía.
Desde que aprendió a caminar, Maikol corrió tras un balón. “Juega fútbol todos los días, hasta cuando no tiene partido”, comentó su abuela. Su pasión es tan grande que, entre tareas de matemática -su asignatura favorita- y los recreos, siempre encuentra tiempo para patear hacia un arco imaginario. “Quiero ser como Messi”, dijo con una determinación que sorprende en un niño de su edad.
En el equipo, Maikol no solo es el goleador; es el compañero que anima cuando pierden y el primero en celebrar los goles ajenos. Su profesor de Educación Física lo describe como “un líder nato”: “Tiene esa chispa que contagia a los demás. No importa si llueve o hace calor, él siempre quiere entrenar”. Esa disciplina le ha valido el cariño de sus amigos y el respeto de rivales.
Hoy, mientras el mundo conmemora una fecha tan importante, la historia de Maikol refleja los principios que se celebran: el derecho a jugar, a aprender y a crecer en un entorno que lo protege. En Cuba, donde la educación y el deporte son pilares y derechos del pueblo, niños como él encuentran oportunidades para ser no solo buenos atletas, sino buenas personas.
Detrás de cada gol, hay una familia que lo aplaude, una escuela que lo forma y una comunidad que lo ve como un ejemplo. “Ojalá todos los niños tuvieran el chance de correr tras sus sueños como yo”, expresó el pequeño.
Mientras el sol se pone en el barrio, el pequeño delantero guarda su balón. Mañana, como hoy y como siempre, volverá a jugar. Porque para él, como para todos los niños, el mejor derecho es el derecho a ser feliz.