Orlando Guevara Núñez
La primera vez que escuché el nombre de Fidel Castro, tenía yo diez años de edad. Fue después del asalto al Moncada. Lo mencionó mi madre, lamentándose de los crímenes que se cometían en Santiago de Cuba contra los jóvenes asaltantes. Le pregunté quién era Fidel y por qué estaba peleando. Solo atinó a responderme que él era bueno y quería ayudar a los pobres. Aquello quedó grabado en mi mente de niño.
El 6 de agosto de 1960, la Revolución cubana dio un paso trascendente en la consolidación de la independencia política ganada en enero de 1959, como medio principal para marchar hacia su independencia económica. Ese día el Comandante en Jefe Fidel Castro anunció la nacionalización de 26 grandes empresas norteamericanas radicadas en Cuba, además de 36 centrales azucareros y las compañías de electricidad y teléfonos.
El 2 de agosto de 1990 falleció el último mambí, es decir, el postrer sobreviviente de la Guerra de Independencia organizada por el Héroe Nacional cubano, José Martí, contra el poder colonial español e iniciada el 24 de febrero de 1895. Ese patriota, nombrado Juan Fajardo Vega, falleció cuando le faltaban 13 días para cumplir los 109 años de edad.
Es conocido el objetivo de Fidel – una vez tomado el Cuartel Moncada- de llamar al pueblo a la lucha, sumando a los militares honestos contra la tiranía, para “ir unidos en pos del único ideal hermoso y digno de ofrendarle la vida, que es la grandeza y la felicidad de la Patria”. Así lo definió el máximo jefe de las acciones del 26 de julio de 1953, ante el Tribunal que lo juzgaba por esos hechos.
El concepto de una sola América fue sostenido por José Martí en toda su prédica revolucionaria. El vislumbró desde muy temprano esa necesaria unidad, y alertó sobre los peligros que amenazaban con la división entre sus pueblos, y sobre el acecho del naciente imperialismo norteamericano, sediento de expansión y dominio sobre ellos.
En la agresiva política norteamericana contra Cuba, dirigida siempre a la destrucción total de la Revolución, la mentira ha sido un elemento insustituible. Los más burdos embustes fabricados en los altos niveles gubernamentales yanquis han sido vendidos como verdades a la opinión pública internacional. Así sucedió en abril de 1961, cuando se fraguó la invasión mercenaria por Playa Girón.