Así calificaría nuestro Héroe Nacional, José Martí, en 1887, los sucesos de aquella aurora gloriosa:
”Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos : ¨ ¡Ya sois libres!¨ ¿No sentís, como yo estoy sintiendo, el frío de aquella sublime madrugada?... ¡Para ellos, para ellos todos esos vítores que os arranca este recuerdo glorioso! ¡Gracias en nombre de ellos, cubanas que no os avergonzáis de ser fieles a los que murieron por vosotras: gracias en nombre de ellos, cubanos que no os cansais de ser honrados!...
Las aspiraciones cubanas, desde esos primeros momentos, chocaron no solo contra el poderío español en esta isla antillana. Carlos Manuel de Céspedes, el máximo jefe de la revolución iniciada, llegó a vislumbrar que apoderarse de Cuba era el secreto de la política estadounidense.
En carta al político norteamericano Sumner, fijaría Céspedes su criterio sobre este tema:
“La nación americana que ha simpatizado con todos los que han luchado por la libertad y que hasta auxilió a algunos noblemente, no puede menos que simpatizar con Cuba, como han venido a demostrar las entusiastas y numerosas manifestaciones de los diversos órganos de opinión pública. A la imparcial historia corresponderá juzgar si el gobierno de esa República ha estado a la altura de su pueblo y de la misión que representa en América, no ya permaneciendo simple espectador indiferente de las barbaries y crueldades ejecutados a su propia vista por una potencia europea monárquica contra su colonia, que en uso de su derecho, rechaza la dominación de aquella para entrar en la vida independiente, (siguiendo el ejemplo de EUA) sino prestando apoyo indirecto material y moral al opresor contra el oprimido, al fuerte contra el débil, a la monarquía contra la República, a la Metrópoli europea contra la colonia americana, al esclavista recalcitrante contra el libertador de cientos de miles de esclavos”.
Supo el rebelde cubano, sin embargo, definir entre gobierno y pueblo de los Estados Unidos: “Mas no por eso ha menguado la consideración del pueblo de Cuba hacia el de los Estados Unidos, ambos son hermanos y permanecen unidos en espíritu a pesar de la conducta de la administración de este último, que no me corresponde calificar”.
Y Céspedes, reconocido como El Padre de la Patria cubana, sentenciaría para la historia su fe en la independencia: “No obstante todo, llegue o no llegue ese día, la Revolución Cubana vigorosa es ya inmortal; la República vencerá a la monarquía, el pueblo de Cuba, lleno de fe en sus destinos de libertad, y animado de inquebrantable perseverancia en el sendero del heroísmo y de los sacrificios, se hará digno de figurar, dueño de su suerte, entre los pueblos libres de América”
“Nuestro lema es y será siempre: Independencia o Muerte. Cuba no solo tiene que ser libre, sino que no puede ya volver a ser esclava”.
Las raíces del 10 de octubre de 1868 son ahora más profundas. Aquel día, Carlos Manuel de Céspedes, al frente de un grupo de patriotas, se alzó en armas para iniciar la lucha por la independencia que debió esperar el primero de enero de 1959, casi un siglo, para convertirse en realidad en la nación cubana.
La gesta de aquel día, luego de una década, no concluyó con el triunfo. No fueron las armas españolas las causantes del fracaso, sino las divisiones internas entre los patriotas, su falta de unidad. El 15 de febrero de 1878 se produjo el vergonzoso Pacto del Zanjón, que rendía ante España los afanes independentistas de varios jefes militares cubanos.
Pero el 15 de marzo de ese mismo año, Antonio Maceo, con su viril Protesta de Baraguá, dejaba sentado para los cubanos y para el poder colonial, que había patriotas inconformes, que no aceptaban la claudicación, ni la paz sin la independencia por la cual habían luchado diez largos años.
Sin embargo, las fuerzas revolucionarias se habían debilitado, y fue necesario hacer una pausa –llamada por José Martí la tregua fecunda- para reorganizar la lucha.
El 24 de febrero de 1895, bajo la dirección del propio José Martí, se reinició la revolución gestada en La Demajagua por Carlos Manuel de Céspedes. Esa guerra socavó el poder militar, político y económico español en Cuba y demostró la fuerza de la unidad que había superado los escollos de la primera Guerra de Independencia.
España, ya vencida, era incapaz de mantener a Cuba como colonia. Y fue entonces cuando, en 1898, se produjo la intervención norteamericana en este país, frustrando la independencia y la libertad peleadas durante 30 años por los cubanos.
Como fruto de esa intervención, calificada por Vladimir Ilich Lenin como la primera guerra imperialista registrada en la historia de la humanidad, Cuba dejó de ser colonia de España, pero pasó a neocolonia de los Estados Unidos. El país quedaba atado a los designios del naciente imperialismo.
Así, el 20 de mayo de 1902 fue proclamada una independencia irreal, pues, para dar fin a la intervención militar, los cubanos tuvieron que aceptar la Enmienda Platt que, entre otras imposiciones, incluía el derecho de los Estados Unidos a intervenir en Cuba cuando lo estimara pertinente, a la vez que le atribuía a ese país la facultad de establecer bases navales – así surgió la de Guantánamo, todavía ocupada ilegalmente- y otros privilegios que convertían en formal la independencia proclamada.
Estados Unidos, de esa forma, usurpó el poder a los cubanos, al tiempo que proclamó ante el mundo la mentira de que había luchado por su libertad.
Vino entonces un largo período republicano, con gobiernos de turno, hechos a imagen y semejanza de la nueva potencia. Pero los cubanos no dejaron nunca de luchar. Cada generación hizo su aporte a la conciencia libertaria y no dejó de enriquecerse el pensamiento revolucionario.
Hombres de la talla de Julio Antonio Mella, Carlos Baliño, Rubén Martínez Villena, Antonio Guiteras Holmes y otros muchos, nutrieron la historia de combate y dieron continuidad a las ideas de Carlos Manuel de Céspedes y José Martí, ambos caídos en los campos insurrectos, a la vez que avivaron la intransigencia de Antonio Maceo y su legado de no claudicar nunca ante el enemigo.
El 26 de julio de 1953, un grupo de jóvenes combatientes revolucionarios, encabezados por Fidel Castro, atacaron el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, y el Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. Se iniciaba, con esa gesta, la última etapa de lucha del pueblo cubano por su libertad e independencia. Puede decirse que se retomaban y continuaban los alzamientos de 1868 y 1895.
La nueva acción revolucionaria tuvo la virtud de destacar a Fidel Castro como jefe indiscutible de la Revolución, establecer la lucha armada como método para derrocar a la tiranía, trazó un programa de lucha contra la tiranía y de reivindicaciones, luego del triunfo, para enfrentar los males del país, al tiempo que sumaba al pueblo a la conquista de ese objetivo. La acción del Moncada fue un fracaso militar, pero constituyó una victoria política de marcada trascendencia para la lucha futura.
Luego del Moncada, vinieron para los revolucionarios la prisión, la persecución, los asesinatos, la cárcel y el exilio. Otra tregua fecunda, como la señalada por José Martí.
El 2 de diciembre de 1956, Fidel Castro, con otros 81 expedicionarios, llegó a las costas orientales cubanas para reiniciar la lucha armada. Estableció su base de operaciones en la Sierra Maestra, desarrolló la lucha de guerrillas, forjó un combativo Ejército Rebelde, extendió la lucha a los llanos y ciudades, y el primero de enero de 1959 derrotó a la tiranía batistiana. La Revolución iniciada el 10 de octubre de 1868, había, por fin, triunfado después de casi un siglo de luchas y de sacrificios inmensos.
Por eso, este 10 de octubre, para los cubanos, no es sólo recuento sobre un hecho histórico, sino, sobre todo, compromiso de continuidad de una obra forjada por muchas generaciones, desde la oprobiosa etapa colonial hasta el socialismo victorioso de hoy.
Esa historia de lucha, esas tradiciones combativas, explican la posición inclaudicable de los cubanos cuando de su libertad e independencia se trata. De Céspedes, el Padre de la Patria, aprendimos que el enemigo solo puede parecernos grande si nos acostumbramos a contemplarlo de rodillas; de José Martí, tenemos el legado de que los grandes derechos no se compran con lágrimas, sino con sangre; Antonio Maceo nos enseñó que mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos, y nos inculcó la idea de no establecer nunca pactos indignos con el enemigo. Fidel nos ha enseñado el principio de que primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie.
Así, el 10 de octubre de 1868 y este de hoy están resumidos en los gritos de ¡Libertad o Muerte! e ¡Independencia o Muerte! de nuestras gestas libertarias pasadas y en el ¡Patria o Muerte! y ¡Socialismo o Muerte! del presente. Porque en Cuba, al decir de Fidel, solo ha habido una Revolución: la iniciada el 10 de octubre de 1868 por Carlos Manuel de Céspedes, y que nuestro pueblo lleva hoy adelante victoriosamente.