Ser positivos cuando la tristeza, el cansancio y el desaliento embarga, se vuelve una tarea de titanes.
A mí también me tocan en lo hondo las dificultades del presente, cuando todo parece tornarse incierto.
Pero saben que los cubanos contamos con esa capacidad histórica, casi fuerzas de otros confines, para que del dolor emerja una sonrisa contagiosa, o quizás ese sentido del humor chicloso que nos alimenta el espíritu.
Estas líneas no van de sentido de la risa, más reflexivo y menos chistoso; y es que a veces me pregunto entre tantos problemas, qué nos mantiene en pie, sosteniendo la vida lo mejor que podamos. En estos días me han ocurrido una serie de acontecimientos que tal vez hoy pueda entrelazarlos, y se aproximen a una o varias respuestas.
El primer pasaje fue literalmente sobre un pasaje camino a Versalles. En las tardes y mañanas y a toda hora, es un tedio coger transporte para esta ruta, pero eso es algo de ayer, de hoy y de siempre.
Esa tarde-noche el regreso fue sobre un pisicorre. Y usted lector asociará, abusivo el precio, tómalo o
déjalo, maltrato y cara de pocos amigos. Ahhhhh!, y pleito para subirse. Pero déjeme decirle que no
podía estar más sorprendida de cuánto destruyó mis predisposiciones ese chófer.
Bajando el Centro de Ciudad un adolescente detuvo el carro, y ante el precio solo pudo decir: “no tengo dinero, llévame por favor”. La rueda iba a seguir, pero frenó en seco con una respuesta: “anda, súbete ”.
Lo siguiente que me pasó también está relacionado con mi diarismo con el transporte público, que no es poco. Un señor en su guagua climatizada nos llevó de Ferreiro a los 18 Plantas de Garzón. Pero allí todos teníamos la necesidad de llegar a nuestros destinos. Ante nuestras miradas insistentes -y mire que no éramos pocos los que allí nos íbamos a preparar para una aventura en el Parque del Abel, esperando...-,
preguntó: “hasta dónde van”. Y ante el coro de “Copa”, “Carretera del Morro”, “Versalles”, pues allá fue para el parque a cargar más pasajeros.
Una señora toda en confianza gritaba: “mire que compré picadillo en MLC y lo voy a invitar a comer a mi casa”. Nadie pudo contener la carcajada.
Otro gesto vino de mi madre. “Mamá qué tú haces saliendo con estos aguaceros de tormenta. Espera a mañana que escampe”. Su respuesta fue una rotunda negativa, su amiga quien siempre la ayuda
necesitaba un medicamento, y allá a donde hubiese fue a buscarlo.
¿Y mi suegra? Quien aunque ya no trabaja en hospital como antes sigue mimando a todos sus pacientes con el mismo cuidado y atenciones. Así educó a sus hijos, sobre esos mismos principios y valores que fundan las acciones del día a día.
Así veo estos gestos en tantos rostros cada día, en quien brinda lo poco que tiene, el que cede el
asiento, acompaña en la enfermedad sin conocer cuáles son las circunstancias de una urgencia médica; la riqueza no se lleva en ofrecer dinero o muchas cosas materiales. Sí, eso es necesario, imprescindible.
Pero yo me quedo con quienes me brindan una charla sin conocerme, para aconsejar, sosegar y dar ánimos. No tiene precio.
Ciertamente a los cubanos nos premia darnos la mano, y el alma. La vida nos resta mucho, nos divide y en algunos casos, nos regala actitudes despreciativas e inescrupulosas; pero lo que somos, nuestra identidad, nuestro amor y solidaridad, esa hermandad no la desmerita ni descompone nada ni nadie.
Cuba es hermosa por su gente, su pueblo: el principal baluarte de nuestra Nación.