Claro está, los tiempos han cambiado, ya no hay que leer exhaustivamente para encontrar las respuestas a preguntas específicas ni emplear horas buscando página por página, ahora están el Internet y sus plataformas. El aroma de la tinta y del papel, el tacto cálido, la experiencia casi antropológica ha sido desplazada hasta cierto punto por la frialdad de la pantalla de un dispositivo inteligente, y la llamada luz fantasmal de la tecnología.
Imagino que en algún momento de la historia se sintieron reemplazados los juglares por los soportes, desde el papiro hasta la imprenta y, en lo sucesivo, el telégrafo, la radio, el cine, el teléfono, la televisión, el móvil, la computadora, la tablet...
Sin embargo, la vida está convidando a la humanidad a una reflexión cercana a lo profético, sobre los destinos de la especie a cuentas de la virtualidad y el ciberespacio, ya que estos son el medio para la reproducción social -ya no de clásicos de la literatura-, sino de la superficialidad, la banalidad, la mediocridad, manifestaciones de odio y violencia, y tantos otros crímenes para el intelecto, el afecto y la voluntad.
Hoy un adolescente o joven de nuestra sociedad, no escapa de este contexto, mediado por las redes sociales, que constituyen un componente esencial en la actualidad para la formación de conductas, junto con la familia, la escuela y la comunidad. Siempre he definido las redes como una distorsión ampliada y aumentada de una farsa hecha verdad, en formato multimedia e hipermedial. Conozco de muchos en estas edades, para quienes consultar 15 páginas, ya sea de un libro digital o impreso, es toda una proeza de mal gusto. O para quienes Wikipedia y otros blogs se presentan como una salvación.
Facebook deviene en el muro por excelencia del cotilleo del día, y si de aprendizaje se trata, qué mejor forma de hacerlo que en tres líneas, a vivo color, con mucha interactividad y faltas de ortografía contagiosas. Pero el mayor riesgo está en los valores y principios morales que se transmiten como ley a partir de estos consumos.
La responsabilidad está en todos, porque un joven no se cultiva de la nada, hay que formarlo en todas las instancias para que desarrolle su gusto y sus aficiones propias, auténticas, que le aporten a su vida futura, que no es lo que venden las industrias culturales en estas plataformas; y digo venden porque el slogan de no trabajar ni estudiar para convertirse en influencer porque mercantiliza más, puede ser una verdad que pase factura mañana a quienes promueven este estilo, así como a sus víctimas.
El otro día charlábamos sobre aquellos maestros que cuestionaban al evaluar una lectura, hasta el vestuario de los personajes, y ponían a representar los bailes típicos de la época en que versa la obra. A propósito de la pasada Feria del Libro, que se estará desarrollando en Santiago de Cuba en algunas arterias de la ciudad, reflexiono con usted sobre qué estamos fomentando en los más pequeños y jóvenes de casa.
La lectura de un libro, por más que haya desarrollo de la técnica y del soporte, no es sustituible. En esas páginas usted sueña, aprende, crece, ríe, llora, vive, es feliz, sabio, se siente realizado, encuentra todas las preguntas y las respuestas de su vida en el día a día. El cómo sepamos aprovechar los nuevos canales tecnológicos para multiplicar el buen hábito de la lectura, nos hará más libres, más eternos y perpetuos.