Santiago de Cuba,

Un 30 de acción y bravura

01 December 2024 Escrito por  Roberto Peña, estudiante de Periodismo

Cuentan que el último día de aquel noviembre amaneció diferente en Santiago. Pocos conocían lo que con tanto celo se gestaba desde tiempo atrás. Sin embargo, “era como si la ciudad entera esperara la orden de alzamiento”.

Así lo recuerda Ángel Luis Delgado Carmenaty, quien a sus 91 años desafía el tiempo y la enfermedad, para contarle a este joven, de primera mano, lo que sucediera en Santiago de Cuba aquel día glorioso de la historia nacional.

“¿Quién podría hacerlo mejor que yo, o Illas (Rafael Héctor Illas Rivera, también combatiente del 30 de noviembre) que estuvimos ahí y lo vimos con nuestros propios ojos, que tanto han visto luego?”, me pregunta.

Tras llegar la contraseña acordada en forma de telegrama: ‘Obra pedida agotada. Editorial Divulgación’, la cual anunciaba la salida desde Tuxpan del Granma, se calculaban cinco días para el arribo de los combatientes a las costas cubanas.

“Había que despistar a los guardias y formar revueltas en diferentes lugares para que Fidel y los expedicionarios no tuviesen problemas en la llegada”.

En Santiago, “la idea que se tenía, y que fue conocida más tarde por todos, porque aquello (el levantamiento) se planeó en un silencio total, era iniciar las acciones a las siete de la mañana. Bien tempranito, para coger a los guardias de la dictadura de sorpresa y dormidos”, comenta Ángel con la calma que le impone la edad.

El bombardeo al cuartel Moncada por un mortero marcaría el inicio. Los responsables de esta operación eran Léster Rodríguez y Josué País, pero ambos fueron detenidos antes de la hora señalada y las armas se quedaron sin utilizar en el tiempo acordado.

“A esa hora todo el mundo estaba esperando que el mortero rugiera, y cuando eso no pasa se produce un desconcierto tremendo”.

Recoge la historia que Pepito Tey no esperó demasiado. Llamó a María Antonia Figueroa, que atendía el teléfono en el cuartel general de los revolucionarios y le comunicó: “Doctora, dígale a Salvador (Frank País) que llegó el momento”. Dado el recado al jefe de la acción, este respondió: “Dígale que está bien”. Poco tiempo después, la ciudad se estremecería bajo el ruido de las armas.

Preparación, organización y desarrollo de la acción
“Unos días antes empezamos con las prácticas de tiro en la casa de Luis Felipe Rosell, hasta que llegó el momento del acuartelamiento en el colegio de Silverio Fajardo. De ahí salimos para el Cuartel General, el mismo día 30 por la mañana”, recuerda Ángel.

“En San Félix (donde se ubicaba el Cuartel General), nos cambiamos con el uniforme verde olivo y salió cada uno para su lugar.

“A mí me tocó en el grupo de la armería, que era uno de los lugares más enredados, porque estaba a una cuadra de la estación de Policía y éramos siete hombres nada más, para tomar el lugar y llevarnos las armas”.

En la Policía Marítima, los clandestinos, portando el uniforme verde olivo que aquella mañana llenaba las calles de esta ciudad, entraron a tiro limpio después de atacar la posta, tomaron prisioneros a un teniente, seis guardias y acopiaron armas. Mas, ante la llegada de los refuerzos del Ejército de la dictadura, al no poder neutralizar el cuartel Moncada por lo del mortero, abandonaron el lugar.

En la acción contra la Estación de Policía Nacional, la célula de Otto Parellada atacó por el fondo de la Escuela de Artes Plásticas, y el grupo dirigido por Pepito Tey, por el frente, desde la escalinata de Padre Pico. Junto con algunos de sus hombres Pepito se apostó detrás del paredón en el tope de la escalera y avanzó. Lograron subir la escalera de la jefatura y lanzar algunas granadas, pero ninguna estalló y tuvieron que retroceder sin dejar de disparar. A Pepito solo lo detuvo un balazo en la frente.

En otro momento del combate había caído Tony Alomá, al subir el último escalón de Padre Pico. Otros hombres lanzaban cócteles molotov contra la Estación, pero estaban mal elaborados y se apagaban rápidamente. Otto Parellada, aún herido, no daba descanso a su arma, hasta que una ráfaga acabó con su vida. Sus hombres, lejos de amilanarse, recrudecieron el combate.

Dentro del calabozo de la Estación había varios revolucionarios detenidos. Los policías abandonaron el lugar y los dejaron a merced del fuego, provocado por las detonaciones, pero éstos con un ladrillo rompieron el candado de la reja, treparon a unos tanques de agua y brincaron a una casa vecina, donde ya habían llegado los bomberos.

Los esbirros del Servicio de Inteligencia Militar entraron en la casa, pero la dueña supo esconder muy bien a los fugados. Los bomberos vistieron a los revolucionarios con los uniformes del cuerpo, rescatándolos uno a uno.

En el Instituto de Segunda Enseñanza un grupo de más de 20 jóvenes combatieron valientemente hasta la orden de retirada, de ellos solo 12 eran miembros del Movimiento 26 de Julio, los demás se habían sumado aquel día.

La ciudad no fue el único escenario de la acción. En otros lugares como Nicaro, Palma Soriano, Guantánamo, Las Tunas, Baire, Manzanillo y Pinar del Río se llevaron a cabo sabotajes a vías férreas y telefónicas, incendios a servicentros y la ocupación de armas.

Por razones bien conocidas el desembarco no pudo realizarse como estaba previsto el día 30 de noviembre y aunque la orden de Fidel era aguardar la llegada de los expedicionarios para desencadenar las acciones, la falta de comunicación precipitó los hechos.

“Nosotros nos enteramos que al final el desembarco no se produjo como a los cinco o seis días porque no había como informarse de aquello. Imagínate, después del levantamiento la dictadura lo que desató fue una carnicería, y había que andar clarito.

“Aquí (en Santiago) la lucha continuó durante todo el día 30. Pero el domingo el mando revolucionario dio la orden de repliegue. La cosa estaba mala, mala. La aviación del ejército no dejaba ver el cielo casi, y los militares nos buscaban sin tregua para asesinarnos”.

El dictador estuvo lejos de predecir que el levantamiento ocurrido en la urbe santiaguera en esa fecha, supuestamente derrotado, representaba el inicio de la cuenta regresiva de la tiranía.

Ángel, en certera justicia a su nombre, recorre su casa con ojos vidriosos, como si, a través de ellos, todavía viera a sus compañeros en medio de los tiros, vestidos del color que nos daría la libertad absoluta tres años después.

A sus pies, descansa Laika, la perrita que le acompaña cada día, y a su lado, su esposa, a quien reconoce como “una combatiente más”, porque en 23 años de matrimonio “no ha dejado de dar la pelea junto a él”.

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