Entonces cursaba el tercer año de la carrera de Periodismo en la Universidad de Oriente, y dirigía el Movimiento Juvenil Martiano en la institución -para aprender y educar sobre El Maestro y su mejor discípulo-; ese 25 de noviembre porté un pulóver verde con su silueta, que aún conservo.
La noche empezaba a enfriar; la tarde se había escondido tras un mar de pueblo de todas las generaciones, que esperaba para darle sentido homenaje póstumo. Con una invitación del Comité Central del Partido, transité hasta llegar a las primeras filas de sillas, frente al complejo monumental al Mayor General Antonio Maceo Grajales, en la Plaza de la Revolución de Santiago de Cuba.
Por ahí, como humildes hijos, hermanos y amigos, se llegaron personalidades del panorama nacional e internacional, escritores, presidentes, líderes de organizaciones, periodistas, políticos, artistas...
Allí estábamos nosotros, jóvenes que en su mayoría no lo conocimos en persona, pero que llevábamos la estampa de su legado por nuestros abuelos y padres, en las hazañas que también narran las páginas de la historia, en las noticias de la cotidianidad...
Entrelazados de las manos, allí estábamos, cantando a viva voz con lágrimas y el pecho apretado: “el corazón nos late afuera/ Y tu pueblo aunque le duela/ No te quiere despedir”.
Hoy, recordando esos pasajes aún frescos en mi mente, evoco uno de sus pensamientos: “A mí me interesa más el prestigio que pueda tener el país, por su lucha, por su batalla de hoy, no vinculado necesariamente a mi persona”, que declaró como muestra de su humildad y grandeza, en una entrevista realizada por el periodista Ignacio Ramonet.
Siempre relato la historia de mi abuela María cuando compartió con él en persona, pero también están las impresiones de mi madre Yadira, quien tras ser elegida Vanguardia Nacional durante años consecutivos, fue invitada de honor a una reunión en la capital, donde el Líder estuvo presente y sostuvo su mano: “Su presencia impresionaba. No solo por la estatura o impecable presentación. Era un hombre admirable”.
Ni siquiera tuve la dicha de verlo a pocos metros, pero estuvo simbólicamente presente en los Talleres de Guerra de Liberación Nacional, en Segundo Frente, cuando yo presentaba algún estudio de su vida, de sus ideas... O en la Universidad, al hablar con los profesores de algunas asignaturas: historiadores consagrados.
Lo conocí a través de mis extensas horas de diálogo con el compañero de Frank País García, Luis Felipe Rosell Soler, o en las entrevistas periodísticas a otros combatientes.
Debo confesar que cuando salió un texto en Juventud Rebelde, donde un líder estudiantil conversaba con él, sentí un poco de celos sanos. Tenía la esperanza de estar en su lugar; estudiaba periodismo y ya me hacía idea de las preguntas que iba a conformar si algún día surgía esa oportunidad. Aunque siempre tenía la excusa que aún me faltaba mucha preparación, porque seguro me iba a hacer cientos de preguntas de cultura general, o sobre la realidad del mundo y de mi país.
El eterno Comandante fue un eterno estudiante; leía y se preparaba por jornadas interminables, de esfuerzo y trabajo sin cesar, con pocas horas de sueño. En los últimos tiempos lo veía en la televisión nacional, lo miraba como un abuelo cercano; sus largas manos hablando junto a cada palabra de sus discursos, los del orador que bajo un torrencial que lo empapaba, atraía a toda Cuba a las plazas.
Quienes fueron más cercanos a él, detallaron su proyecto de naciones, de mancomunidad... El Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez dijo: “Su visión de América Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y Martí, una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo”.
Y su hermano significó lo que él representa para todos en una frase: “Fidel es Fidel, todos lo sabemos bien, Fidel es insustituible y el pueblo continuará su obra cuando ya no esté físicamente. Aunque siempre lo estarán sus ideas, que han hecho posible levantar el bastión de dignidad y justicia que nuestro país representa”.
Fidel Castro Ruz vive en el pueblo santiaguero, en todos los cubanos; es una semilla esparcida por el mundo de intelecto, de visión, de honor, de solidaridad, de salvaguarda a la naturaleza y a la humanidad. Aquí lo tenemos en los lugares de su infancia, en las montañas donde hizo una Revolución, en las visitas oficiales, en el sentimiento de todos, en el tributo inmortal...
Su ejemplo vive y vivirá en cada niño, adolescente, joven y adulto que ayuda a crear por el bien común en nuestra sociedad. Él es y siempre será, como diría el Apostól José Martí, de los hombres que “aman y fundan”.