Primero fui un deseo invaluable del corazón, una añoranza de lágrimas tras varios intentos por concebir. Luego el sueño realizado, pero bajo el constante riesgo de una pérdida espontánea. El mundo me recibió antes de tiempo y con muchas complicaciones -de ahí proviene mi nombre, y de la sugerencia profética de una de las cinco hermanas de mi bisabuela-; pero ella me alumbró para vencer la muerte a su lado.
Nuestra primera salida del hospital -cuando todos creían que expiraría el último aliento-, no fue nada menos que al Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, donde me despojé de mis ropas amarillas junto a una vela, un girasol y una rogativa, pero ella fue a deshojarse en cuerpo y alma; no hubo testigo presencial sin conmoción ante el llanto de una madre frente a otra.
Usted, querido lector, también es obra de un milagro, entre tantas posibilidades que existen en la naturaleza y la vida. El fruto de un plan o el azar que sin duda alguna tiene más que ver con el amor: antes en esos meses de espera, durante los dolores del parto y después, para intentar acompañar toda una existencia.
Desde que se encendió esa luz en aquel templo, muchas batallas ha librado mi madre; por verme crecer sana y fuerte, no pasar por alto los primeros pasos, cumpleaños ni los juguetes, culminar mis estudios; hacerme una mujer de bien, de valores y principios, una trabajadora del día a día. Se ha repartido entre enjugar mis lágrimas, multiplicar las sonrisas, amortiguar las caídas, rezar, contener el aliento cuando no estoy, alimentarme desde su seno, bendecirme en el nombre de Dios...
Ha desempeñado varios oficios que acompañan al de la maternidad, entre otros, el de doctora, abogada, jueza, curandera, maestra, obrera, ama de casa, esposa, hija, nieta, constructora, plomera, pintora, estilista, casamentera, chef, y en su caso también el de papá, con su arte para emitir una lección y al tiempo consolar.
Pero nuestras madrecitas también son seres humanos, que sienten, padecen, sufren los embates del devenir de los años, de los esfuerzos y las dificultades; que se esconden tras una almohada, una especia picosa, o una sonrisa, para evitar nuestra mortificación, arrancar y llevarse al hombro nuestros temores; que muchas veces renuncian a proyectos por vernos triunfar y estar ahí en primera fila con los banderines de “tú puedes, hijo mío ”, tras el anonimato.
A la mía, a mi súper mamá, siempre la veo grande, aunque no escape de los achaques de los días, de su vista pesada, del dolor de los pies de tanto andar y del sobre pensar. Entonces cuando la veo indefensa o padeciendo, a quien siempre a capa y espada me protegió -y que ya va necesitando que la guarden-, veo la oportunidad y el privilegio de convertirme ahora en su madrecita. Pero, además, me estremezco de solo pensar en ya no tenerla, y quiero volver a ser pequeña para que me cargue en su regazo.
La periodista Isabel dijo, asimismo, “el peor defecto que tienen las madres es que se mueren antes de que uno alcance a retribuirles parte de lo que han hecho. Lo dejan a uno desvalido, culpable e irremisiblemente huérfano. Por suerte hay una sola Madre. Porque nadie aguantaría el dolor de perderla dos veces”.
Quizás, usted, por razones que no eligió, ya no la tiene a su lado, o no pudo contar con ese privilegio. Pero déjeme decirle, que mamá siempre guarda desde el lugar más encumbrado de nuestros sentimientos; y tal vez tuvo una tía, o abuela (a quien presumo por igual) u otra familiar que se convirtió en su madre, con ese instinto que las mujeres tenemos de protectoras.
Nunca entendí a la mía cuando decía, “hay un punto sin regreso, solo lo comprenderás cuando desees asumir este rol”. ¡Y cuánta razón veo en sus palabras! Por estos motivos mañana estaré brindando por quienes por primera vez o no, alumbran a la humanidad. Por quienes ayudan a cuidarlas, ya sean hombres o mujeres; por quienes las veneran, ya que se lo merecen por antonomasia; como ellas no existen dos.
Solo mamá, como en un cuadro para óleo, te aceptará con tus luces y sombras, defectos y virtudes, aciertos y fallos, horrores y heroicidades; solo su amor incondicional. En el Día de las Madres y todas las jornadas, beso tu frente; esa vela que prendiste, la multiplico, y va por ti.