Por su postura y la conmoción comprendí que sobre ella ha pesado y pesa, la responsabilidad de otorgar o negar ambas. No me quedó más remedio que respetar su silencio y acompañarla en esa pausa que me hizo luego desestimar mi insustancial planteamiento.
Cuánta razón le asiste, pero incluso siendo cierto, según el contexto, habrá siempre quien se niegue a procesar esa verdad. Los jueces tratando de encontrar el equilibrio, según la Ley, toman decisiones que para unos no son nada justas y para otros, no son suficientes.
Siendo honestos, no habrá quién resista vivir en anarquía y alguien deberá domar los cabos.
Los juristas que yo conozco, viven la pasión de impartir justicia. Son simples, son naturales, defienden a ultranza lo que tantas veces han estudiado, releen con vehemencia los códigos, los usan, los pintan, los marcan, los adaptan, los recitan. No son perfectos, son humanos.
Los he visto emocionarse, al reconocer que crecieron en ambientes hostiles y a pesar de ello, llegaron hasta aquí. He notado el cansancio en sus rostros después de no dormir en las noches, por cuidar de un ser querido. Sé que han asistido al trabajo, con el corazón deshecho después de perder a un familiar. Pude percibir más de una vez la satisfacción de ver a un hijo graduarse o hacer un pase de año escolar.
Los he visto hacer de maestros, desdoblarse en un aula y en un juzgado a la par. Han sido jueces de juicios y jueces de alumnos. Atraídos por la actividad científica y la superación profesional. Tienen aficiones comunes, algunos son buenos chefs, buenos pinches, otros prefieren observar.
Soy testigo de cómo han descubierto novedades en la red y fascinados se han convertido en influencers, construyendo con su saber espacios propios donde exponer y crear, desafiando la obsolescencia y más importante aún, la "supuesta incapacidad".
Derrotan o esconden los temores a la cámara, al micrófono y al vídeo, por ayudar. Hacen que nazcan versos. Estremecen las tarimas al hablar. Anidan y sustentan la sensibilidad de su propio espíritu, a veces con el respaldo de su casta y otras con escaso apoyo de los demás.
Les he visto colarse en el disfraz de niños y volver a encajar puntuales en el traje de grandes. Tienen marcas invisibles y permanentes por lo que han visto o escuchado. Son testigos imparciales de hechos que golpean la cotidianidad. No hay vanidad alguna en lo que hacen, lo puedo asegurar.
Me han enseñado más de lo que piensan. Sin pretenderlo me han inculcado el respeto a la profesión que tanto aman y que tanto defienden de quienes la injurian, sin comprender su afán.
Los juristas que yo conozco, no son tantos, sin embargo, por lo que sé de ellos, me permito opinar. No son seres inmaculados de los que hablo, hablo de gente común, que sigue, a pesar de los molinos, apostando por la vida y la libertad.