El actor francés está marcado a fuego en la memoria del espectador universal, y así quedará, no justamente por la belleza del denominado hombre más guapo del mundo, el esplendor de sus ojos azules, sus romances, sus actitudes misóginas, sus controversiales opiniones homofóbicas y racistas, o su vínculo con la extrema derecha, sino, sobre todo, por eso, por lo antes apuntado: la filmografía.
De ese casi centenar de títulos a los que puso rostro, hay varios que resultan piezas sagradas del patrimonio audiovisual. Luchino Visconti, uno de los más excepcionales directores italianos de todos los tiempos, le echó el ojo, bien temprano, y lo convocó para intervenir en dos de estas: Rocco y sus hermanos (1960) y El gatopardo (1963).
Estas películas, junto, fundamentalmente, con A pleno sol (René Clément, 1960), lo situaron en la primera línea de la atención mundial, tanto del espectador como de los más significativos directores europeos de la época, aunque no en el foco de los de la Nueva Ola Francesa, a excepción de Jean–Luc Godard, muy tardíamente.
El mito Delon cobra fuerza mediante los tres largometrajes consignados y, además, a través de El eclipse, dirigido por el realizador italiano Michelangelo Antonioni, en 1962.
La respetabilidad en la pantalla del también productor, director y actor teatral se acrecienta a partir de su colaboración con el director galo Jean–Pierre Melville en tres películas, alianza iniciada en 1967 por conducto de un clásico del género negro como El samurái.
Al margen de sus tendencias políticas, no tan marcadas durante los inicios de su extensa carrera de más de seis décadas, Delon no tuvo problemas para trabajar a las órdenes de dos autores de filiación comunista. Uno fue el referido Visconti, y el otro el cineasta británico Joseph Losey, bajo cuyo mando protagonizó Mr. Klein (1976).
El intérprete fue pragmático al equilibrar sus intereses en la pantalla. Se granjeó su aura de actor magnético, capaz de moverse en los platós de varios exigentes cineastas de su tiempo en el Viejo Continente, sin dejar de participar en trabajos desprovistos de intenciones autorales, que le engrosaron sustantivamente su jornal.
Delon significaba taquilla segura, y el público francés lo respaldaba tanto como al comediante Louis de Funès y a su amigo, pero eventualmente rival, Jean–Paul Belmondo. La participación de ambos en Borsalino (Jacques Deray, 1970) aupó la fascinación por los dos.
Solo un año antes, para el mismo realizador, Delon había filmado La piscina, al lado de la actriz austríaca Romy Schneider, pareja suya a la sazón. La conjunción de ese par de rostros captados por la cámara supuso, para algunos, la perfección física absoluta sobre la Tierra.
No fue halagüeño el final de Delon –Palma de Oro Honorífica en Cannes 2019–, ni en su cuadro de salud (dos ictus y un cáncer linfático, solicitudes de eutanasia).
Con su cine, y con la época que marcó el actor, nos quedamos la mayoría de quienes nos detuvimos ante la noticia lamentable, como resulta siempre la muerte.