El cubano tenía pautada una cita con la historia y se presentó como un verdadero Gigante, de su natal Herradura, a conquistar el Olimpo. Quiso el destino que su rival fuera Yasmani Acosta, otro gladiador nacido en la Mayor de las Antillas, que defiende a Chile y esta vez le tocó experimentar sus embates sobre el colchón.
En la previa, había expresado su admiración por una leyenda como López, sus condiciones excepcionales y el aprecio por el camino compartido. París 2024 los puso en la misma senda, última para Mijaín en el deporte activo y probó que a pesar de los años y las pruebas de la vida este siguía imperturbable en la competencia.
Nadie había podido emular su fuerza y su resistencia en finales bajo los cinco aros, nadie le había tronchado el camino a la gloria y su oponente no fue la excepción. La Champs de Mars Arena estaba entregada, se coreaba su apellido y el astro cubano seguía concentrado; cómo arrancarle un punto si él le había prometido la medalla de oro a los suyos. Fue imposible para Acosta.
Con el duelo (6-0) estalló la alegría, la necesitaba su delegación, la necesitaban sus seguidores en la Isla, ávidos de un buen resultado en el magno evento del deporte mundial. Desde ayer, se hablaba de lucha en las calles, en las plataformas digitales y se preveía una hazaña porque así lo había anunciado el ídolo.
El primer título de Cuba en estos Juegos Olímpicos llegó de la manera más emotiva, en el pecho de quien ha encumbrado el nombre de la nación una y otra vez, desde Beijing 2008. Pero Mijaín no es solo nuestro, ya no, si alguien tenía alguna duda pudo comprobarlo con su actuación en tierras francesas, Mijaín es un referente mundial y solo podemos agradecer por haberlo visto competir, por todas las alegrías.
El abrazo efusivo a los entrenadores, las zapatillas que se quedan el colchón y la bandera que vuelve a lucir en sus manos, victoriosa; ahora es definitivo, no habrá otra oportunidad. La presea dorada, el himno nacional y el saludo del atleta, este fue el colofón de una trayectoria deportiva que sencillamente, no tiene comparación.