Nació en la urbe suroriental el 15 de julio de 1938 y se interesó por el deporte a temprana edad; con el paso de los años, materializó una fructífera carrera, llegando a ser el primer medallista olímpico en el período revolucionario.
“Como casi todos los cubanos, comencé practicando el béisbol y estuve a punto de firmar con el Club profesional Almendares. No lo hice por respeto a mi padre, él quería que yo me dedicara a los estudios y no a la pelota”, dijo el legendario velocista a Sierra Maestra.
Aunque siguió aquellos consejos paternos, la pasión por el deporte y unas envidiables habilidades para correr lo hicieron acercarse al atletismo. “Con 18 años y prácticamente sin entrenamiento, participé en una competencia aquí, en Santiago de Cuba, e hice un tiempo de 10.8 segundos (s) en los 100 metros (m) planos. Entonces, me convencí que la velocidad era lo mío”, dijo.
El talento y las condiciones de Figuerola eran tan grandes que en 1959 pudo presentarse en los Juegos Panamericanos de Chicago, apenas tenía experiencia, pero obtuvo la medalla de bronce al registrar 10.5 s en el hectómetro.
Corrió la misma distancia en los Juegos Olímpicos de Roma 1960 y quedó en un meritorio cuarto lugar (10.3 s). Así, anunció al mundo que era una figura que se debía de tener en cuenta en lo adelante, tanto que en los Centroamericanos de Kingston 1962 fue el abanderado de la delegación cubana.
Lamentablemente, una descalificación le impidió hacer valer su condición de favorito. La revancha llegaría en los Panamericanos de Sao Paulo 1963, pues alcanzó una memorable medalla de oro, a pesar de haber sido afectado por lesiones.
“Fue la época más difícil de mi carrera, tenía una hernia discal que me molestaba mucho. Mi participación en aquellos Juegos dependía del criterio de los médicos, por suerte accedieron”, recordó El Fígaro, como también se le conoce.
Tokio 1964 marcó su segunda oportunidad en citas bajo los cinco aros y no defraudó en la tierra del sol naciente: los 10.2 s que certificó en la decisión de los100 m solo fueron superados por el estadounidense Bob Hayes (10.0 s).
“Llegué a Japón con la meta de clasificar a la final y una vez allí, luchar por estar en el podio. Me sentía muy seguro y si no gané el oro fue porque el norteamericano corrió tan fuerte que rompió el récord mundial”, expresó su histórica presea de plata.
Sus hazañas continuaron, en San Juan 1966 se convirtió en campeón centroamericano, pero lo mejor llegaría el 17 de junio de 1967, cuando igualó el récord del orbe en Budapest, Hungría. Ya con 30 años, volvió a defender a la Mayor de las Antillas en las Olimpiadas de México 1968, esta vez en el relevo 4x100, donde consiguió su segundo metal plateado a ese nivel.
Poco tiempo después, convencido de que el futuro de la velocidad en Cuba estaba seguro, terminó su etapa como deportista activo. Considera que los jóvenes “tienen que trabajar muy duro, ser conscientes de que para lograr buenos resultados hay que hacer sacrificios y entregarse al máximo. Además, estudiar y superarse profesionalmente, eso es fundamental para su desarrollo como atletas y como personas”.
Mientras recuenta su vida, Figuerola reserva un lugar especial para el Comandante Fidel Castro, con quien compartió en diversas ocasiones. “Fue como mi segundo padre, nos relacionamos tanto que llegamos a discutir juntos las estrategias a seguir en mis carreras. Siempre se preocupó por el desarrollo del deporte como derecho del pueblo y nuestras competencias las seguía y las vivía como si fueran propias”.
El Fígaro se encuentra entre los 100 mejores deportistas cubanos del siglo pasado y recientemente fue merecedor de la distinción “Con el esfuerzo de todos, Venceremos”, en tierra indómita. “Me llena de orgullo, me siento unido por siempre a esta ciudad y su gente. Ser santiaguero y haber puesto en alto el nombre del lugar donde nací es mi mayor triunfo”.
Asimismo, agradece el reconocimiento de los descendientes haitianos, que recibiera en esta urbe, pues representa una reafirmación de identidad y raíces.