No le tengo fe a la filosofía del "sexo débil", porque aún cuando usaba faldas, ví a mi mamá verter lágrimas de fortaleza sobre aquel lavadero de desahogo, mientras me criaba sola, enjuagando mis ropas y sus dolores, para tenderlos en el bravo sol de Cuba.

Una niña se crece cuando sueña con ser mecánica, lo mismo que si ansía el puesto de profesora. Cada flor tiene su esencia, cada lugar, rol y circunstancia de la vida la definen; he sido testigo de historias de delicadas manos en el medio de la tierra, de renunciar a un proyecto personal por ser el sustento de la familia, de dolor y locura ante el desamor.

No hay criatura en el mundo que no tenga el sello del calor de nuestras entrañas, del dolor descomunal en un intento por alumbrar y del alimento de nuestro seno.

Hay anécdotas de proezas, de la que calma con un gesto, aconseja y se entrega sin temores ni remordimientos, la que todo lo puede y lo vence, de quien no se retira sin luchar primero por los demás. A nosotras, nada humano nos es ajeno.

Somos la prueba de que los milagros existen. De esta forma, como resultados de una metamorfosis espontánea, nos convertimos en palabra y acción: reír, cantar, bailar, llorar, amar...

Desde el cabello afro, hasta el más suave, los ojos pequeños o expresivos, la mirada cándida o desafiante; los labios carnosos o pequeños, las curvas congueras, o el porte esbelto; las uñas naturales o extensas. ¿Quién puede decir que no somos hermosas?

La historia no nos ha reivindicado, nosotras le dimos un nuevo sentido a ella: al pie de la manigua, de enfermera, batallando por más derechos, resistiendo la violencia de género, los moretones, aprendiendo deportes, construyendo universos en la casa y fuera de esta.

De calificativos no nos prueban las etiquetas, solo una palabra que trae orgullo: cubanísimas; somos los colores de la naturaleza y de la vida, rojo, azul, blanco, verde, naranja, amarillo, violeta...Somos flor mariposa, girasoles y también rosas, margaritas, claveles...O por qué no, cactus en el desierto.

Allí con ellas vamos todos, dentro de un bolso pesado tras una jornada agotadora, en el calor que desprenden sus suelas por largas caminatas buscando provisiones, en el cocinado sabroso con lo que aparezca, en la ocasión que te hizo sentir especial, en una mañana diferente a su lado, en la ternura y disciplina con la que enseña a las nuevas generaciones, en el celo por lo que defendemos, en las sanadoras manos que cuidan de otros, en el vestido o pantalón...

De nosotras viene lo de Congo y Carabalí, de nuestras mieles el encanto y la belleza autóctona; una personalidad única, indiscutible y no replicable. Aquí se respiran altares de incienso con reinas y vírgenes, veneradas, queridas y respetadas por todos. Somos religión y espada de una Nación.

Somos el pasado, el presente, pero también el futuro. Madres del destino; Unión de las familias; Joven en nuestra esencia; Empeño e ímpetu; Rebeldes y sensibles;

Entregadas sobre todas las cosas; Salvadoras de la humanidad. Somos MUJERES.

Hoy no es solo un día especial, momentos únicos deben ser todos los días, para agradecer y aprender a valorar, respetar y amar a una mujer. Si eres hijo, hermano, tío, esposo...de esa persona, entonces no pierdas el regalo del tiempo en su compañía.